Ya es muy tarde
y estoy pensando
(intensamente)
en la alborada;
amanece, y me inspiran
obstinadamente
los crepúsculos;
es mediodía y por fortuna
ya no pienso más.
El mundo todo
da cuenta de mi afán
inconcebible:
vivir, solo vivir,
no obstante el pedúnculo
de bruma
que atañe a mi razón
de ave sin rumbo.
Me aboco a la geostrofía
de mi suerte inapelable
para ser de nadie,
ni de aquellos que sueñan
por mí la noche del silencio,
ni de los que abjuran
de mis tratados de
melancolía.
Un gramo más de melatonina
y todo está resuelto:
puedo dormir navegando
el mar más venturoso;
puedo, incluso, morir
sin informarle a nadie.
No es todo por hoy,
hay que seguir empecinado
en deglutir la sombra
de un pez
que me abraza
en el último intento de salvarse.
Fernando Amaya