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viernes, noviembre 22, 2024

La calle del Alhelí/ El 124 aniversario de Rufino Tamayo en el Carmen Alto

Reportajes

Crónica/ César Rito Salinas

– Juan Documento escuchó los golpes en la puerta, “no voy a abrir”, dijo. La tarde corría honda sombre la taza del café.

En Monte Albán el viento brinca en el escalón que oculta una o muchas ciudades antiguas.

Come puro Caldo de Frijoles era fuerte, y lo sabía. En más de una ocasión demostró a los demás, y a él mismo, su fortaleza. En la adolescencia era conocido por ingerir cuarenta y ocho litros de cerveza sin perder el juicio. Fue campeón de la bebida antes que se hicieran famosos los torneos de beber. Sabía el número de copas que se obtienen de un libro de alcohol, veintiuna copas y recordaba fielmente la conversación sostenida copa por copa. Pudo declamar de memoria el inicio de novelas, cuentos, poemas, ensayos literarios de autores consagrados y desconocidos. Sus compañeros de borrachera le pedían les recordara al día siguiente ideas, pensamientos, mensajes que en la hora iluminada del alcohol recibían. Gustaba de recibir la aurora en la calle, bajo la luz mercurial con un libro entre las manos. En su cerebro ocurrían los hechos mucho antes que los viera la gente del puerto. Su condición temprana de huérfano le dio material para la clarividencia.    

Las letras vuelan sobre el lomo de las letras, en este 124 aniversario de Rufino Tamayo. ¿Cómo saludar el aniversario del natalicio de Tamayo? No encuentro otra forma que abrir la libreta y dejar volar a las letras.

Miden mi poema, luego insultan mi origen, mi destino. Electroencefalograma. Mapeo cerebral. Fotografía del instante. Yo sólo escribo, no me ocupo en medirme. La gente no anda con rollos de papel en los bolsillos, cinta métrica. El mango verde no se sabe patas arriba en busca de la ecuación inconclusa del limón y la sal. Más bien se siente mediodía que pasa montado en los hombros de una adolescente que viste blusa de tirantes.

Ahora escucho pasos en la azotea, ha de ser la madrugada que a esta hora llega a mi casa. Hambre del arroyo soy. Ajolote que sueña con el aguacero.

En el comedor realizan maridajes inexplicables: caldo de camarones con verduras. Todo el mar del Pacífico puesto a las faldas de Monte Albán, el plato hondo sembrado de verduras como una vieja canción de la adolescencia rechazada por la conciencia crítica del hombre que sale a comer en la fonda de la esquina.

Truena Monte Albán/el perro ladra fuerte/a las abejas.

”Su afán no era destruir nada de lo ya edificado, los hizo sobreponer una pirámide a otra pirámide, un templo a otro templo, de modo que se tenían seis o siete ciudades encimadas unas sobre otras, cada una de ellas obedeciendo a la evolución de un operativo religioso y estético”, Fernando Benítez, Los indios de México.

Celebración. En la calle de Monte Albán -luz del sol poniente sobre las piedras- el perro amarillo monta a la perra. Par de hojas de septiembre que el viento estremece sobre la piedra.

La poesía es lo que se olvida. Los catedráticos dicen síntesis. No, el poema es lo que trae la gente en la punta de la lengua y se olvida, lo que se alcanza a escribir. En el principio fue recurso de nemotecnia, aún lo es. 

Monte Albán

En Monte Albán no hay árboles que cobijen al hombre que sube el monte de nubes. El que levanta la mirada en el valle (Río Atoyac, gente que trota para combatir la obesidad) Monte Albán es la ladera donde fincan los pobres.

Desde lo alto de Monte Albán el valle, su traza antigua, sus mercados, la ruina de la iglesia abatida por el sismo del 33.

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