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viernes, noviembre 22, 2024

La cifra mágica

Reportajes

César Rito Salinas

La escritura es arbitraria, su deseo; como la cifra con la que cuento mi respiración para tener una mínima oportunidad de intervenir en la escritura de todos.
Pongo mis suspiros, no tengo más que poner en este instante.
Me logro ver desde el exterior, yo con el rostro amoratado siguiendo las palabras que brincan en la pantalla como si se trataran de los granos de alimento industrializado que consume mi perro. Suelto el aire. Toda esta escritura resulta una combustión. Introduzco a mis pulmones, al torrente sanguíneo cierta cantidad de oxígeno, lo retengo y lo suelto pasado ya cierto tiempo.
Trece. La cifra. Mágica.
El oxígeno trabaja en mi cerebro y hace que la ansiedad que me obligó a sentarme frente a la máquina descienda. Esto quiere decir que el impulso primero no me pertenece, como no me pertenece el espíritu del texto. Anda en el aire, es de todos. Entonces afloran, después del primer periodo de excitación, los dedazos, las confusiones al momento de escribir las letras. Armo, deshago, rearmo letras, palabras, sílabas, frases. Sonidos y significados. Soy el fierro viejo que anuncia su comercio por la calle.
Fierro viejo. Rearmo, junto, desarmo.
Como si mi escritura estuviera en la pequeña cabeza de la paloma que se inclina en el borde del perol a comer el alimento del perro. Pero que esa porción de alimento ya fue consumida, por la paloma misma o por el perro o los gusanos negros que pululan entre las paredes y el jardín, y entonces sólo cae el picotazo sobre el peltre vacío. Suena, peltre, oh, paloma.
Así mis dedos, esta escritura que golpea sin cesar el aire para construir las palabras. Y se confunde. Desconcertada. La palabra. Mis manos. Las letras. Todo se arma en una confusión como de guerra porque ahí está, no se marcha, el olor a pólvora.
Y las letras se entreveran, forman nuevas palabras, significados desconocidos que trepan a los muros y me observan como cuando se amanece con nuevo vecino.
Vuelvo a tomar aire. En la casa de un vecino alguien hace la mezcla. ¿Por qué en lugar de ocuparme de los ruidos no me ocupo de esta escritura? Porque el que escribe es humano, mortal, sólo lo posee el impulso, que ni siquiera es suyo, sale quien sabe de dónde, el ánimo de exteriorizar el pensamiento, y mientras lo hace escucha todo lo que ocurre en su entorno. El cuerpo y los sentidos intervienen en el momento de la escritura.
Esto es, le da comezón la mejilla, se la rasca, pero no tiene tiempo para perderlo en atender las demandas urgentes de su propio cuerpo, el argumento es la falta de tiempo, si pero el escozor en la mejilla derecha es superior al deseo de escribir o de golpear con los dedos índice de las manos el tablero de las palabras, de mover el aire enrarecido. Como paloma que picotea inútilmente. O como gota que se figa en el lavabo y golpea el albo piso del baño, así, esparciendo su transparencia, anegando el piso de blancos mosaicos.

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