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miércoles, septiembre 18, 2024

La ciudad de las mil voces

Reportajes

César Rito Salinas

Para Georges Perec, por el día de su cumpleaños

  • ¡Ya báñate cabrón, pareces tlacuache viejo! – un grito.
    La luz del medio día se violenta sobre la madera de la marimba que anda en hombros de negros diminutos (había sol, pero el sol no entra en el relato). Un día más en la mesa del Bar Jardín, hasta donde llegan palomas voraces que intentan arrancar a los parroquianos de los cacahuates fritos con cabezas de ajo, que los meseros sirven en diminuta vajilla blanca.
  • ¡Ora Chino, no seas puñal!
    Los meseros practican pasos de baile con el Mambo Lupita en el piso de ladrillo: tierra cocida al horno que recoge nuestros pasos y nuestra voluntad en este Andador de las Flores. De la marimba brota ahora la Canción Mixteca mientras la plancha del zócalo se prepara para recibir una marcha más de manifestantes contra el gobierno, serán miembros de un sindicato o gente que viene de algún pueblo.
    El edificio del Palacio de Gobierno proyecta una sombra que no se altera por nada ni por nadie: ha visto pasar durante cientos de años terremotos y revoluciones, miserias y espantos; el conjunto proyecta una sombra como de cocodrilo en medio de un pueblo asediado por sus gobernantes y anhelos de progreso.
  • A todos los que nos escuchan queremos informar que estamos en espera de la marcha – dice una voz desde un altoparlante.
    Los comerciantes despliegan en la calle rebozos y máscaras, juguetes de madera y latón, artesanías y alebrijes; al escuchar el anuncio en el altoparlante recogen veloces sus pertenecías para dar paso al contingente que marcha para manifestar sus denuncias, decir sus argumentos contra el mal gobierno, la pobreza y el hambre, y la persecución policiaca.
  • Les pedimos a los compañeros comerciantes que levanten sus cosas y abran campo para el paso de la marcha, no vaya a ser que nacionalicen sus propiedades– insiste la voz anónima del altoparlante.
    El aire fresco de finales de noviembre recuerda un poco el viento de muertos; anticipa el frío de la Noche de Rábanos.
  • ¿Ya, moreno? – dice el Chino.
    De los puestos ambulantes sale una música del norte del país, un narcocorrido. El día avanza mientras los parroquianos discuten las noticias transmitidas por la televisión la noche anterior. Partidos de futbol de la liga nacional, el desplome de un avión del ejército, la captura de un capo del narcotráfico.
    Ando vendiendo un diamante negro, tengo ya el dictamen de un perito del Monte de Piedad; sesenta mil brocas, si un cliente se interesa –dice un parroquiano.
  • No tienen madre, otra revolución quieren: que se termine con todo o que siga un golpe de estado – le responde alguien.
    Los meseros del Bar Jardín conversan, para ellos este día es malo: no obtendrán buenas propinas. El salario fijo que les paga el español que administra el local es el mínimo, reciben más de los clientes. Así dividen sus días: buenos y malos. Cuando llegan turistas del extranjero y dejan propina en abundancia, el día es bueno; cuando sale la gente a protestar a la calle, el día es malo; la gente se espanta.
    Los elementos de la fuerza pública se repliegan entre los comerciantes que extienden sus puestos en el zócalo.
    Las ardillas voladoras se mecen de extremo a extremo de las ramas del laurel de la India sembrado desde los tiempos de Don Porfirio Díaz. Gritos que vienen de una multitud que avanza por la calle de Independencia rebotan contra las viejas paredes de cantera verde de la Catedral, contra el reloj y el campanario.
    Aquí no pasa nada, el sol escurre entre las maderas de la marimba y las ramas de los árboles, entre las cabezas de la gente que camina.
  • ¡Muera el maldito tirano! – un grito.
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