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viernes, septiembre 20, 2024

La ciudad del caos en los días de abril

Reportajes

César Rito Salinas

La ciudad con sus marchas de protesta, oficinas cerradas, falta de agua; la noche con su mezcal y fandango.
El señor obispo delinque cada domingo. Los edificios con sus políticos y poetas, no hay diferencia entre artistas y criminales. El tiempo se abre y cierra en tus párpados cargados de misas y soles.

  • Una lectura, ¿dónde? –dice el poeta ante la petición que le hacen los amigos para ofrecer su trabajo.
  • Bueno, nos la aventamos –acepta.
    El sol sigue parado en la calle como agente vial en un crucero. La pipa roja alumbra el camino de las protestas. El encendedor azul es un hisopo que riega bendiciones. Jueves, noche. El cuerpo del civil harto de calor y sequías, mal gobierno. Asoma la tristeza en el alma, que gime como la perra echada sobre ladrillos rojos del patio. La tristeza avanza en la horas al lado de la tortuga de papel maqué que atenta vigila el funcionamiento de la máquina de hacer palomas. García Vigil esquina Jesús Carranza.
  • Una lectura, ora pues –dice el poeta sin que nadie lo escuche.
    En el Carmen Alto, la señora que tunde memelas eleva sus rezos junto al fuego que alimenta a sus hijos.

La espera

Desde la ventana del quinto piso el hombre pudo apreciar el paso rápido de la gente y el aguacero, los autos. Había llegado a esa oficina para cerrar un negocio. Esperaba su turno para pasar a hablar con el jefe:

  • No tardará nada –dijo la secretaria que lo invitó a sentarse en el mullido sofá.
    El hombre prefirió hacer tiempo junto a la ventana. Extendió la mirada por las azoteas de la ciudad, los tinacos de asbesto servían para que las palomas hicieran nido en el paisaje gris. Pudo apreciar entre la lluvia el vuelo de un águila sobre un gorrión. Volteó para encontrarse con la mirada de la secretaria:
  • No tarda nada, ya avisé que está esperándolo –dijo la mujer con peinado alto.
    Sobre la cresta de la ola viene la espuma blanca, avanza incontenible como un miedo mal fundado. No recordaba dónde había leído la frase que se presentó justo en el momento en que el hombre se asomó al cristal de la ventana. Las manos transpiraron, sintió vértigo, asustado retrocedió unos pasos hasta chocar con el escritorio de la secretaria.
  • No tardará nada, sea paciente –dijo la mujer mientras habría la ventana.
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