César Rito Salinas
Si, un poco así.
Ahora, en la esquina de la lectura me quito los lentes y escribo, me leo, me descubro con una memoria cargada de palabras. Tantas, que yo mismo no lo sabía. La mano busca su imagen recordada, olvidada, esa forma que surge cuando recordamos el camino ya efectuado. Al ponerme escribir-leer, sé que tengo preferencia por las formaciones que giran sobre el lado izquierdo del teclado. Las palabras zurdas tienen su encanto, van del lado del corazón. Su ritmo brota cuando pongo la yema de mis dedos sobre la grafía, esos señalamientos marítimos, viales, que me esperan en el tablero.
Esto lo dije una vez en una tarde de caminata, el ojo humano solo alcanza a registrar de dos en dos las palabras escritas en la página. Y de esas yuntas, las uniones, elabora el sentido, su comprensión lectora
Cuando sube, entra, perfora el espacio, la zona de neuronas, ahí las recibe a esa pareja primigenia el acervo de palabras, los registros integrados, escuchadas, dichas, leídas, comprendidas desde el mundo prenatal.
De dos en dos, de par en par suben se integran pasan como un gran río de aguas coloridas. Una tras una, de dos en dos, desvelan horizontes, historias, recorridos por las distancias, los misterios.
Y nada hay más visto que lo recordado.
Este es el secreto de la lectura, ya está en nosotros sin nosotros saberlo.
Como se hace bajo la luz del alba en el ojo humano, como se forma el destino que obedece a causas secretas que nos aguardan.
Si.
Un poco así.
Como en un baile.
Paso tras paso, de dos en dos.
Y viene que el cerebro está lleno de palabras. De sonidos y aromas, temperaturas, texturas. Se lee con el paladar, se saborea el recuerdo del sonido con que se carga cada palabra, con que dotamos de misteriosa materia a los significados.
Nada habrá me jor que el imaginar que nuestras palabras tienen relación con los hechos, las realidades, de la magia.
Se olvidan las palabras, el título del libro, el nombre del autor, la editorial, peri jamás olvidamos la temperatura, la hora, el instante en que nos apartamos para leer.
Y cuando las letras vienen cargadas de atmósferas nos vuelven a la otra lectura, aquella ya registrada y entre las dos avanzan, dotan de comprensión a las letras del objeto extraño, oloroso, llamado libro.
Si, así, un poco así. Tal vez.
Porque la realidad tiene eso, una carga del hecho de la magia.
Mire usted, Rito, tengo tiempo de terquear con los libros,.
Sí.