César Rito Salinas
Era el odio de Dios.
José Revueltas, Dios en la tierra
Me dijo mi madre que me rentaba de Niño Dios, allá en el pueblo, cada veinticinco de diciembre.
Suena la canción de amor tras el cabo encendido del cigarro.
Las lluvias se habían adelantado dos semanas en marzo, era el tercer día de aguaceros; la jacaranda en el patio floreaba bajo la lluvia tupida, aquella tarde Manuel le dijo a Jimena: Yo fui Niño Dios.
Pasaron las lluvias que dejan pura enfermedad, que no sirven al campo.
Manuel quería enamorar a Jimena. Cada tarde hacía la llamada en la caseta de la esquina, su voz quería llevar hasta ella noticias de su infancia, allá, en el pueblo frente al mar Pacífico.
Una mano enorme quitó la lluvia, dejó el polvo que se acusta sobre las pesta{as, así de cerquita del ojo. Hablar de su infancia era como salir a sacar agua del pozo, arrojar el balde, esperar unos segundos -respirar hondo- mientras el aire se llenaba de polvo que empujaba al sol de la tarde, cuando crecía la luz roja sobre el cielo alto, sobre la brecha, el ladrido largo de los perros.
Esa tarde en que la esperanza muerta flota con el canto de las chicharras hasta que se escucha el estallido del balde contra el agua, allá en el fondo del pozo; hasta sentir en las manos el tirón de la cuerda y jalar con fuerza para sacar el agua profunda.
- Anoche soñé con los patios de mi pueblo, la tierra seca –dijo Manuel.
Antes de dormir Manuel escuchó la voz de Jimena, en la distancia arrastraba pueblos y ciudades, el autobús, la terminal de camiones; la tarde cuando ella le contó del viaje que hizo al mar.
La respiración de Manuel se agitó como tizón de tabaco.
Manuel imaginó un mar desconocido en un pueblo, Tomatlán, con Jimena y su familia en una tarde de fiesta; esa noche pensó muchas cosas y el sentimiento se le hizo un nudo en el estómago, recostado en el catre se enfadó porque descubrió que cuando habló con ella por más palabras que decía no podía mencionar aquello que se atoraba en su garganta.
Jalo hondo de la lumbre del cigarro. - Cuando me hablas soy feliz, alcanzo a mirar lo que cuentas, me recuerda a la abuela –dijo Jimena.
Las cosas de la pobreza no son plática para enamorados, Manuel lo sabía, quería hablar del futuro, del trabajo, de la dicha que los esperaba pero sólo salían muertos y necesitados, calles sin pavimento, aguaceros.