“Que, a partir de la intimidación, del cobro de facturas, de la maniobra insensata, nos hayan llegado a gobernar los tramposos, los cínicos, los perversos y depravados, corresponde a los menesteres de la distopía oaxaqueña.
Han estado ahí desde siempre, en donde se cocina la transa, en donde se malversa y corrompe, en donde se conviene por interés que el fin justifica los medios. Los compadrazgos, los compromisos, las adopciones putativas han estado ahí desde que la inequidad se hizo memoria. El menosprecio, la descalificación, el encono y la burla han sido sus formas de trato con los demás; más, aún así, gobiernan, o creen que gobiernan, cuando el entorno rabioso de su gestión se les cae a pedazos”.
Papá Zote alargaba el moco retorcido escuchando a un Lord Cántaro reconvenido y persistente. “No mames, Lord”, le dijo, “Nosotros llegamos al poder por nuestros méritos, lo demás es pecado menor; dice muy bien un filósofo chiapaneco que el fin justifica los miedos, y la gente es miedosa y convenenciera, sospecho que aun mas que nosotros”.
“Yo te paso al costo lo que toda la gente dice, gran jefe Papá Zote”, gruñó el coludo, “a mí no me recrimines, ni me mires con esos ojos de sapo esponjoso. Recuerda que lo obvio no se puede desmentir, y hay en nuestro equipo gente nefanda, cochupera y enferma de odio; te puedo asegurar que hasta nosotros mismos corremos riesgos con esa gente. Pon atención al área de tu alfil consentido, ahí donde a diario hay acontecimientos lamentables; debes saber que la gente te los adjudica por negligencia”.
“Mejor dicho, tiene que ver con eso, nadie con capacidad crítica en el gabinete, queremos puros soldados que obedezcan, sin miramientos, las instrucciones que se les den; no queremos gente opuesta o que juzgue mal las decisiones que se tomen”. “Pero entonces, la consulta, el ejercicio democrático, la salud política, ¿a dónde y de dónde?”. “Eso a mí no me sofoca, peludo, sé que a ti tampoco, pues tu propuesta en dos mil dieciocho fue con todos, más tratándose de los maestros, en particular los de la veintidós, están bien en las estructuras del tema electoral, más no en las de gobierno”.
Los compinches platicaban, a veces en forma amena, mientras bebían mezcal alternándolo con chupetes de sal y limón que se les impregnaba, visiblemente, en el área táctil del dedo índice. Lo asombroso fue como pudieron llegar ahí, frente al menosprecio de todo un pueblo que siempre supo de sus osadías y su desvergüenza. Sobre todo, de esa propensión que han tenido para mudar de piel quizá de forma más abrupta que como lo hacen el camaleón y la campamocha. Migu ya pensaba en su próxima noveleta “El día en que nos llegaron a gobernar los del sorbete”, como algo parecido al distópico argumento de “Rebelión en la granja”, con el detalle que, en este caso, no fueran animales domésticos, sino monteses, entre ellos, el cacomixtle, el costoche, el tolomuco y las jiquimillas, sueltas a granel en las zonas en donde se perfilaban las cosechas, en este caso de billete, pero no de maíz.
La distopía oaxaqueña remonta el gatopardismo, va más allá de los límites del pragmatismo a ultranza; por tanto, pensó Migu, está condenada al fracaso por la cortedad de sus alcances, y por la pobreza intelectual de sus protagonistas, aún cuando algunos se asuman como poetas y otros como conocedores de la filosofía, la historia y hasta de tópicos del discurso culinario. Es como un lente sucio que te permite ver feo lo bonito y al revés, un culo de botella, esas tardes de neblina en la Sierra Sur, en donde por nada te das en el chompo con el que vas pasando. El perfil de esta distopía se viene proyectando desde que el hombre dejó de ser frutícola para volverse omnívoro, desde que el pez mordió el anzuelo en el primer lance del Neanderthal que halló deliciosa la carne de los peces.
Cántaro volvió a la argamasa de su lecho nupcial, ese que comparte con las cortatripas y las sanguijuelas. Sabia que su gran jefe y compache Papá Zote no tenía remedio ni aún cuando ya lo agobiaban la hiperplasia benigna y las fístulas perianales.
Consideró prudente no abundar más sobre el tema, sobre todo si la propuesta de su izquierda se fuera a mover a la derecha como ya había ocurrido en otras ocasiones. Para él ya no es tan importante saber porque se le rechaza en todos los ambientes de la convivencia, se ha acostumbrado a discurrir su mogótica efigie por debajo de las sombras del acontecer político, como muchos otros han estado aprendiendo en estos días para saciar su dispendiosa hambruna y sus afanes variopintos de lujuria y sociopatía. Ya es alta la noche y Cántaro se encoge como caballito medroso para liberar los ronquidos que lo igualan a los cerdos roncando a su lado, y a las mulares que infectan el aire con sus flatulencias exhorbitantes.
Fer Amaya