César Rito Salinas
El gobierno y sus opositores son indispensables para la creación literaria, las pugnas. El pleito y su resultado final hacen el poema. El poeta sólo necesita contemplar los actos de contienda y limpieza entre gobierno y opositores para presentir la llegada del poema y hacerlo circular entre el pueblo.
El poema es la pugna entre dos bandos.
- Ya es martes, ¿no se te antoja salir a caminar? –preguntó la mujer junto a la ventana.
Los celos pegan ladrillos a destajo, trabajan en obras de la construcción, cumplen el jornal antes que les alcance el mal tiempo y los andamios se arrastren por el muro malhecho. Dame tu nombre quiero volar sobre las cosas.
Con el nombre de las cosas seremos sin peso, como niños en el patio llegaremos a cualquier sitio con tan sólo nombrarlo.
Las palabras no son exactas sin el nombre claro de las cosas, el aire que media entre ellas y el nombre trae todas las intenciones. Requerimos el aire para recobrar salud. En la adolescencia mi madre ante mi enfermedad me llevó al templo de la oración para que las ancianas me quitaran el espanto. Con oración sacaron de mi espalda el alma de un ebrio que corría entre mi cabeza y mis hombros; me habitaba. Ahora ando sin rumbo, perdí el aire de mi cabeza, extravié al borracho que gobernaba el camino, dame tu nombre. - Sólo estás ahí sentado –la mujer recorre la cortina con su mano derecha, mira la calle.
Habrá una cantina donde un ebrio cuente la historia de mi vida. Los ebrios registran todo en la pequeña libreta de contabilidad que cargan en la bolsa de la camisa. Así ocurre, el aire saturado de rancia bebida inventa todas las historias en esta vida. Tengo en la cabeza un agujero que crece desde la suela de los zapatos bajo el calcetín de dos colores. Blanco y negro –un espacio en blanco.
El escalón de madera. Mi cuerpo entra en un pozo de cansancio que no me permite escribir. Soy el músico que toca su instrumento a ritmo de cumbia, el cansancio marca la ruta del alba. Quiero escribir. En ese instante una mano que sale de no sé dónde baja el interruptor de la energía que alimenta mi cuerpo.
Quedo a oscuras; otra mano guía la mía hasta encontrar pluma y libreta. - Te dejo unos tamales en la estufa, tengo que salir –dijo la mujer y dejó caer la cortina.