César Rito Salinas
Supe del Mar Bermejo, de la Punta Ojo de Liebre
-distingo volúmenes que apartan las aguas-.
Aquella luz del sol poniente vista
desde la borda del Ferry que hace travesía
de Topolobampo a Santa Rosalía
(sin remedio te digo:
soy habitante del Trópico,
me atraen distancia y movimiento,
cierto grado de plenitud,
llevo el oro rojo de los zapotecas
en mis alvéolos pulmonares).
La roja luz me indica el inicio de la traslación,
Hay algo urbano en la imagen,
algo que arde
de monte que fue y ya no es.
Hay distancia, emigración
(en el alma de que observa la tarde
palpita el nomadismo).
La roja luz forma, humilde, la escudilla
que recoge canciones populares.
El sol en retirada
deja al descubierto
una ciudad
sobre las calles
de nuestra ciudad
(este uso de la yuxtaposición
la practicaron no sin amor
los antiguos zapotecas.
Bajo las piedras de Monte Albán
descansa, dormida,
otra ciudad
llamada Monte Albán,
la imagen repetida piedra sobre piedra
en los patios del juego de pelota).
La misma ciudad
que aparece infernal en los sueños
resurge, nueva,
en las calles de Oaxaca.
En la hora de luz sobre tu rostro
-diáspora que incendia tus negros cabellos-,
escucho los ecos
que resonaron hará miles de años
sobre los bloques de piedra.
Con cierta naturalidad descubro
que también por estas calles -en otra tarde-
caminó el memorioso Homero.