César Rito Salinas
Pero, en vez de una comunicación sin comprensión, preferimos nosotros una inteligibilidad sin comunicación. Esto último significa que lo que hay que “construir” no es necesariamente el dato, sino nuestra propia comprensión impaciente.
HORACIO GONZÁLES, La palabra encarnada
Como sociedad que guía su vida cotidiana por los comentarios que se hacen sobre los temas del espectáculo, diré que todavía tiene vigencia aquella fervorosa discusión que busca respuestas sobre el por qué un director de la Selección Nacional de Futbol, Bora, se guardó el cambio de Hugo Sánchez, en aquel Mundial de los Estados Unidos, donde quedamos eliminados antes de llegar al quinto partido.
Este hecho, el tema de la conversación que nunca termina, que troca sin saber por qué en ardorosa defensa esgrimida por bandos, en conversación enconada, repetida una y otra vez, año tras año, nos dice la forma en que la duda por despejar -esa suerte fe afiliación-, al final de cuentas, escribe la historia.
El aparato escolar mexicano se encarga de llevar los temas, la vigente división, por los tiempos de los tiempos.
Así vemos a los héroes nacionales, a los cracs del futbol, a los gobernantes y sus partidos políticos, una sucesión de pugnas que buscan despejar la incógnita de quién es mejor sobre quién, de qué manera.
La efeméride repetida por el gobierno abre la agenda de la discusión, revive enconos: que si el 15 de septiembre no celebramos la Independencia sino el cumpleaños de Porfirio Díaz, que si el 18 de marzo no se celebra el Día de la Expropiación Petrolera sino el cumpleaños de Lázaro Cárdenas.
Y vuelven, puntuales, los bandos a repetir las viejas discusiones sin memoria.
Esta forma de ser pueblo y gobierno, debo recordar acá que Maximiliano trajo al país el culto a los héroes, en su gobierno se levantó la Alameda central repleta de urnas y dioses griegos que después Porfirio Díaz levantó ese amor por los héroes nacionales para celebrar sus derrotas. Al primero que puso en el panteón Nacional fue a Benito Juárez. Los gobiernos de la revolución negaron a Díaz, contaban con sus muertos célebres y se llenaron las calles y escuelas, los auditorios, con los nombres de Zapata, Villa, Madero o Venustiano Carranza.
La celebración no despeja la incógnita, ese es el motor que impulsa a la efeméride porque si se despeja la duda se termina con los bandos, la conversación enconada que permanece a lo largo del tiempo.
El político, ensayista, comentarista de las letras argentino (1944.2021) sostiene sobre el tema de la poesía gauchesca, el Martín Fierro, que todo libro está escrito para los dioses, dedicado a los dioses.
Porque las divinidades, el mundo eterno, necesita del encono, la rivalidad entre mortales, el duelo que jamás termina para que ellos sobrevivir a lo largo del tiempo (la invención del héroe).
El mecanismo de vigencia lo conocen los tiranos.
Así se formaron naciones, pueblos, ciudades, los barrios.
Por el principio de identidad, comprensión, entendimiento e interpretación opuesta a los habitantes de otro sitio, otro lugar.
¿A qué somos leales?
A una versión que resultó de la polémica.
A una voz.
Quien tiene una voz tiene un destino.
Por eso toda voz necesita de una literatura, de nuestra educación.
Lo trabajan sus promotores asesinos, los liderazgos, las dirigencias.
La humanidad resulta pasional, se expande sobre un territorio y en defensa una lengua -herramienta de vida o muerte que sostiene los debates.
Y acá caigo, en el uso específico de la lengua, en los temas de la literatura.
Milan Kundera sostenía que en el presente se escriben novelas que se leen por la mañana y se olvidan por la tarde, sin sustancia. ¿Y qué quiere decir Kundera con “sustancia”?
Horacio González lo despeja: el mecanismo que sostiene en el tiempo a las obras literarias es la incógnita no despejada, habla del Martín Fierro, “escrita por un periodista”.
Piglia dice que el carácter de “literatura” lo otorga el lector. Se habla de un territorio, un estado, un país, una nación que cuenta con autores y una o varias literaturas cuando cuentan esas obras y esos autores con lectores.
El lector hace al escritor.
¿Y qué debe hacer un escritor para incluirse en la tradición literaria?
Establecer trabajos sin interpretación, que refieran a partir de una lengua a temas sin arreglo.
Páginas que generen partidos, grupos, camarillas, capillas literarias que por más que lean no descifren lo que dice el autor.
Y esto es bien difícil de alcanzar.
Porque, por un lado, los autores son gente de su tiempo, sujetos a modas, otras discusiones, estilos, formas de hacer las letras. Y, también, son gente de a pie, ciudadanos que se tienen que ganar el pan de cada día con sus trabajos.
Y ahí se termina la vida, o comes o te mueres de hambre. O escribes los temas que nadie de tu tiempo entiende o alcanzas a pagar los 200 gramos de jamón en la tiendita de la esquina.
¿Qué hacer?
Aquel Mundial de Futbol nos llevó a la polémica inmemorial, el pleito que prevalece entre dos naciones vecinas: México y Estados Unidos.
Bien.
Ya.
Ese tema lo traemos desde la infancia, metido en las páginas del libro de texto gratuito, el enigma que perdura, lo no explicable.
Todos somos hijos de un destino y ese destino es inescrutable.
Si,
Algo así.
El trabajo del escritor es el de elaborar los planos de una obra superior, la vida misma.
Sí.