Que sólo debían concurrir varones a aquella fiesta, y que deberían portar un bastón cada uno, preferentemente de madera rubicunda y blanda, verbi gracia palo de rosa o primavera. Así que todos vimos arribar a un séquito glorioso esgrimiendo su bastón como signo de asentimiento. Puesto que era una fiesta al desnudo, ninguno estuvo obligado a cubrirse con bóxers o tangas; pero en fin, loables los gustos, hubo quienes hasta se vistieron de reinas colocándose orlas de papel en la cabeza y coronas al parecer confeccionadas en establecimientos ex profeso. Y empezó aquella fiesta inusual y categórica, sin ambages ni simulaciones, puesto que los besos expresaban una suerte de propensión al motivo carnal que toda fiesta conlleva. Carnestolenda, carnaval, guateque, llámele como guste, pero cernir el cóccix siempre es alarde pudibundo, frenesí, delirio y ardor. Ahí descubrimos la magia de los bastones, pues se disparaban a tentar la disposición del que más, con arrojo y suspicacia. Al final fuimos testigos de un hecho supra natural, los bastones se fueron concatenado hasta tener a la vista una especie de carrusel digno de recordación. Nos retiramos de ahí con la disposición de ir a felicitar a quienes procuraron esta fiesta galana y generosa. Aunque en otros rubros estemos carentes de apoyo para la solución de problemas urgentes, ¡qué viva la vida, qué siga la fiesta!
Fer Amaya