César Rito Salinas
I
La suerte o la desgracia dependen del azar, de que encuentres a alguien dispuesto a cambiar su vida por tu vida.
Estoy convencido que M es la mejor narradora de su generación.
Pero M insiste en repetir “no lo sé”, “no puedo”, “deserto”.
Soy un ciudadano municipal, un hombre de pueblo al que en su infancia creció su madre -indígena, analfabeta, viuda- con relatos.
El amor a los libros me lo enseñó mi madre, cuando ese niño a los pocos años, quizá cuatro, descubrió una tarde que a mi madre se le encendía el rostro de alegría cuando su pequeño hijo tomaba un libro de los hijos mayores y hacía como que leía.
Por mirar ese rostro hacía lo imposible por repetir la escena de la lectura en la mesa de la cocina.
En las comunidades indígenas de nuestro país la vida es dura, más para una madre viuda al frente de una familia compuesta por cinco hijos.
Más para una mujer analfabeta.
Mientras crecía aprendí a ver a mi madre a trabajar por la noche con la ropa por lavar.
Desde ese tiempo traigo una conversación con la oscuridad.
Ella salía de casa muy temprano, recorría las calles con su bolsa de ropa para jóvenes mujeres.
Del producto de esa venta crecimos los cinco hijos.
Pudimos ir a la escuela, aprender a leer y escribir, leer libros por la tarde.
Para ella seguía el trabajo luego de acostar a sus hijos, tenía que dejar las cosas de la casa listas para la jornada siguiente.
Barrer y trapear, lavar el baño.
Hacer la comida.
En esas ocupaciones llegaba la madrugada.
Soy su hijo último, su benjamín.
Nunca pude enseñar a leer y escribir a mi madre.
En los años de la adolescencia, la juventud, estudié autores, manuales para estar listo cuando ella aceptara mi invitación para aprender a leer.
Entiendo que tomar un libro, un cuaderno en las manos y depositar en él la atención resulta un acto íntimo, personal.
Ahora que evoco ese tiempo de las primeras lecturas y el deseo de compartir esta dicha de leer y escribir con ella, puedo decir que así como llegué a ver su rostro iluminado cuando me sentaba a leer, ella también me miraba en el momento de leer.
Nunca quiso interrumpir esa concentración.
Me decía, “estudia tu periódico”, cuando tiempo más tarde llegaba del trabajo y buscaba la lectura del diario para descansar de la jornada.
No decía lee, decía “estudia”.
Y en esa palabra me reveló lo que representaba para ella el acto de leer.
Y mi madre nunca se supo con el tiempo suficiente para dedicar su “concentración” y su “descanso” para detener sus actividades y sentarse en la hamaca a “descansar”.
No había tiempo.
Ella entendía que la lectura era el tiempo de las necesidades primeras satisfechas -comer, vestir, tener zapatos.
Ella no se aceptaba con tiempo para descansar, hacían falta tantas cosas en la casa.
Pero ella reconoció que su hijo último sí contaba con tiempo, con necesidades satisfechas para sentarse a descansar y “estudiar” las letras del periódico.
Con asombro descubro que soy un lector indígena -el que se dedica a una actividad distinta a sus vecinos, el que tiene tiempo de parar, sentarse, estudiar.
No era lo común en el pueblo zapoteca.
La vida llamaba a meter la mano, colaborar en la economía familiar.
Pero tuve una madre generosa que me protegió de ese destino.
Por eso se le iluminaba el rostro, porque con su trabajo quiso darme una vida diferente a la que llevaban los niños vecinos.
II
El amor a los libros, a la escritura, lo gestiona la madre.
M dice, “me gusta cómo juntas las palabras en tu escritura”.
M es profesora de inglés y francés.
Estudia historia del arte.
Gusta contar historias, cuando loo hace corren las horas de la madrigada ligeras, sin cansancio.
En una de esas madrugadas le dije, “¿te gustaría escribir?”.
_ No sé, no puedo, me falta mucho. Conté la historia de la vida hecha con mi mala cabeza, “fui ebrio consuetudinario”, dije. _ No te creo -dijo.
Ella me contó sus horas, origen humilde, las horas de la madre soltera.
_ No sé, no puedo. III Entiendo que en la infancia de Tehuantepec mi madre cambió mi vida por su vida. Las historias llevadas a la página ya fueron vistas o vividas por nosotros, cuando uno escribe ve lo que dicen las letras, porque al hacer uso del lenguaje escrito se repite una forma ya conocida. Como lo hacía mi madre, que nunca se dio el lujo de sentarse a descansar en la hamaca. Escribir es repetir. En realidad el repetir escenas ya vistas o vividas no tiene ningún chiste, le dije a M. _ ¿En qué consiste el escribir? -dijo.
En darle una forma a esa repetición, dije.
Los maestros dicen “escribir es forma”, pero nunca nos explican qué quieren decir con esa expresión.
Escribir es forma.
¿Qué es la forma?
Una traducción que hace pasar imágenes que forman una historia a símbolos, representaciones que ocupan el lenguaje escrito.
Escribir es traducir.
O dar palabras similares, aproximadas, a una realidad no verificable.
O verificable solo mediante la forma de l lenguaje escrito.
Escribir es elaborar una ficción, hacer uso del lenguaje simbólico.
Escribo: Catalina duerme en mi cama.
Y la oración queda abierta en su significación.
Catalina es mi gata bebé.
El lenguaje escrito siempre será aproximado.
Por eso utiliza de géneros.
Decimos Fulano de Tal elabora ensayos con destreza.
Y cuando encontramos una página escrita por Fulano de Tal nos preparamos para enfrentarnos a un lenguaje formal.
La función del lenguaje es acortar tiempos.
Al Francisco le decimos Paco.
A la literatura, que es tan amplia, la encerramos en géneros.
Así tenemos cuento, novela, poesía, dramaturgia.
Guion.
IV
Mi madre creció con historias las horas de mi infancia, narraciones de enseñanza ética.
Ella tenía un amado español mostrenco.
Producto de su lengua madre, el zapoteco, y de su sangre intocada por la letra a lo largo de padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos analfabetos.
La lengua nueva, el español, les sirvió para ahorrar tiempo.
Hablaron español por economía, para sobrevivir.
V
M tiene conflictos de uso horario.
Siempre corriendo.
Termina su jornada a altas horas de la noche.
Casi nunca tiene tiempo para ocuparse de las letras.
Se comunica por emojis.
Para M escribir le resulta algo largo y enfadoso.
Dentro de sus muchas ocupaciones para hacer su vida no tiene tiempo.
No sé qué, pasará con ella (o sí lo sé y temo que se repita la historia de mi madre).
VI
M tiene grandes historias para compartir.
Al final de cuentas escribir es repetición, y M es una señora con poco tiempo.
Escribir resulta algo sin chiste.
Un oficio cualquiera, como el de clarividente.