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lunes, septiembre 16, 2024

La historia escrita en hojas de bugambilia

Reportajes

César Rito Salinas
En la calle se arrastran las hojas de la bugambilia que derribó el viento de la noche, de color magenta, solferino y blanco.

En las hojas está escrita la historia de la colonia.
Dice de vidas de mujeres y hombres, dice de pasiones y desgracias. Toda la miseria de la gente que habita en las faldas de Monte Albán está escrita en las hojas de la bugambilia.

_ ¡No vas a salir! – gritó la mujer del Ingeniero. La mujer le grita a su hombre mientras sus hijos duermen. Es la madrugada, recién pasó la hora del Tentador. _ ¡No sales! – grita.
En la calle las hojas de los árboles que vuelan libres, arrastradas por un viento ligero, producen un ruido de pasos. Andan libres de aquí para allá por la calle como hojas de un periódico de ayer. Les ladran los perros. El viento esparce la basura en las calles mientras los astros atraviesan la zona de Monte Albán.
_ Llevas un mes tomando. ¿Qué no te da vergüenza? – dice con enfado la mujer. El hombre tiembla en su cama. El cuerpo del Ingeniero exige su cuota de mezcal. Se incorpora y, a tientas, se dirige a la puerta de la habitación. Alcanza a salir y en la cocina exprime el envase donde guardó mezcal el día anterior. Unas gotas del líquido iluminan el vaso. Para hacer grande el trago le agrega refresco de naranja, el resbalón. Bebe pausadamente del vaso que despide un ligero olor a mezcal. Camina. Consume la bebida con fruición a tragos cortos, como si se tratara de un trago largo. Mientras camina por la sala de la casa su mente se va tras lecturas pasadas, su pensamiento traza narraciones a realizar en un futuro próximo. Se entusiasma con lo que imagina y su mano va directamente al vaso. Bebe. En la recámara la mujer duerme. El hombre continúa su caminata y sus pensamientos, el recuerdo de sus lecturas pasadas, lo llevan a posibles acciones de personajes que mucho tienen que ver con la realidad que habitan los vecinos de la colonia Presidente Juárez: calles y alcohol. _ ¡No vas a salir! – gritó la mujer desde la cama.
En la calle, solo las hojas de la bugambilia y los papeles, la basura, logran escuchar el grito de la mujer. El hombre se encuentra ya en otro espacio, otro tiempo. Su cabeza lo lleva a otro lugar donde su escritura es posible, donde puede fijar en palabra escrita toda su imaginación. En ese momento este hombre no habita con su mujer y sus hijos. Mora en un sitio donde existir junto a la libreta y la pluma es posible. Donde estaría rodeado de gente sensible que se interese por su escritura. En tanto llega a su objetivo, dedicar su vida a escribir, su mano se extiende y se aferra al vaso cargado con unas gotas de mezcal y refresco de naranja.
_ ¡Que no vas a salir! – se vuelve a escuchar el grito. Este amanecer la lucha será como una batalla entre dos navíos. La mujer tomó sus previsiones y le puso llave al portón. El hombre maldice su suerte, su destino, atado a una mujer que lo obliga a permanecer entre cuatro paredes, amarrado a sus hijos que no se interesan por su vida, sus anhelos; sino por lo que el hombre puede darles para su propia existencia. Las hojas de los árboles que cayeron al patio repiten los gritos de la mujer: _ ¡No sales! – el grito
Los charcos de agua que dejó en los ladrillos del patio el rocío de la madrugada repiten lo mismo.
_ ¡No sales! – el grito. El portón de la casa grita a todo lo que da su boca enorme de metal. _ ¡No sales!
Solo las hojas de la bugambilia y las gotas se mezcal en su bebida le recomiendan tener calma. Camina en silencio en medio de la madrugada, hace como que obedece el mandato de su mujer. Para prolongar la copa ya no bebe de ella, solo sumerge la lengua por unos instantes. El cuerpo siente inmediatamente lo que recibe a través de la lengua. Por la columna vertebral circula una corriente eléctrica que inicia en su espalda y termina en la base del cráneo. Con este recurso de sobrevivencia, humedecer la lengua en los restos de alcohol, el hombre podrá llegar a la esquina de la mañana en que la mujer tenga que abandonar la casa para ir a la oficina; entonces el hombre podrá salir sin escuchar los gritos de la mujer, del jardín o del portón mismo. Se podrá reunir con las hojas de la bugambilia esparcidas por la calle. Levantarlas con manos temblorosas del piso y conversar con ellas, platicarles su vida, para que cuando las suelte las flores salgan volando hacia todos lados a contar su historia a todo aquel quien quiera escucharla. Así son todas las flores, chismosas. Cuando el hombre ebrio las levanta por la mañana le dicen la vida de otros hombres. Así se enteró de a quién de sus vecinos le grita y le pega su mujer. Así descubrió a quién de las vecinas le gusta acostarse con otros hombres que no son su marido. Así se enteró de los sueños de las adolescentes que no son propiamente blancos y puros, cándidos. Pero la hora de la oficina de la mujer del Ingeniero tarda mucho en llegar. Ya un deseo por vomitar ronda el estómago del ebrio. Necesita alcohol y las manecillas del reloj hoy amanecieron artríticas, reumáticas. La mujer lo mira desde la ventana de la cocina caminar en el patio y se contenta con ésta, su primera victoria de la mañana.
_ ¡No sales! – grita. El hombre camina entre los árboles en el patio de la casa. Pide a las flores que hagan el milagro de aplacar el corazón de la mujer. Iracundo: _ ¡No sales, borracho! –el grito.

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