César Rito Salinas
El placer como inicio de la escritura
Con José Agustín se aprende a escribir como si se participara en una marcha hacia el silencio, desde el espacio mudo -cuando uno viene de tanto ruido.
Escribir será tomar una voz y golpear la máquina por las madrugadas será defender esa voz del ruido, con el silencio; para eso se requieren de tantas imágenes puestas con palabras mudas en líneas, párrafos, páginas.
Cuando escribo recuerdo el final de los sones del Istmo de Tehuantepec (toda tradición de las letras viene de la cultura popular), el caos del estruendo donde los metales -trompetas y saxofones, patillos- en el remate final cada uno marcha por su lado, sin orden.
En mi cabeza ese espacio del caos en que desemboca la alegría debe ser seguido por un sitio de silencio, que teja la música como si al escribir fuera parte de su recomienzo.
Me gusta el olor del clavo, la canela, las hojas de laurel mientras hierve el cocido. Me recuerdan los días de fiesta de mi tierra. Ocupan un espacio, el aire que se puede morder, paladear, pulsar. Como la música.
El silencio es algo corpóreo, me advierte de la materia del comienzo.
Así la escritura literaria.
Ocupa un espacio, un sentimiento.
Y ocurre este hecho. Uno puede estar dentro de la multitud e identificar ese principio, esa materia que vaga y se marcha, llega y se acurruca como un animal junto a tus piernas. Ese es el sitio de las letras antes de ver su forma de letra. Como el olor del clavo, te avisa que lo mejor -la alegría- vendrá.
La música como el mayor de los placeres
Y uno escribe, obedece al silencio cargado de aromas, materia.
Mientras escribo, salivo.
Transpiro.
Ahora les diré de los inicios.
Al principio me aterró este aviso de la escritura, podía elaborar líneas, párrafos, elegir palabras sin tocar la libreta. Sin lápiz, solo en lo cabeza, obediente.
Como si yo fuera otra persona.
En esos días de la adolescencia hacía el viaje todos los días de Tehuantepec a Salina Cruz, unos 18 kilómetros, media hora de ruta. Sentado miraba el paisaje mientras escribía en mi cabeza.
De mi actividad secreta nadie sabía.
Cuando tuve el valor para publicar aquellas letras, me asusté más. Podía corregir el texto sin estar frente a la hoja en blanco, en mi cabeza.
Escribir siempre fue silencio y tiempo.
Cumplía con mis deberes en la escuela, y no dejaba de escribir, de corregior.
Sin que nadie se enterara de mi actividad.
Fue interesante llevar esa doble vida.
Me parece palpitante vivir de lo que uno imagina.
Escribir es un acto mental, secreta.
La música escuchada en la infancia
En nuestros pueblos, ciudades el escribir genera desconfianza. El que escribe no encaja en la comunidad por una sola razón, no se dedicas al oficio de sus vecinos. Ningún vecino se acerca a decirte: acabo de leer trescientas páginas de Nabokov. Bien pensado, en la comunidad el que lee se aparta, acude al sitio no conocido o conocido por pocos, En la comunidad el que lee (escribe) se aparta, acude al sitio no conocido o conocido por pocos.
Y las familias instruyan a sus hijos para que realicen actividades a los ojos de todos. Que sean vistos por todos para cuidarlos, protegerlos, amarlos.
Y el que escribe (lee), anda por otro territorio.
Por eso no habrá campaña de gobierno ni de la sociedad civil que fomente la lectura, este oficio de estar en tu cabeza que te ocupa todo el tiempo.
La gente, los gobiernos, buscan que se realicen actos a los ojos de la sociedad, transparencia le dicen. Y en esto incluyen a los adolescentes.
¿Cómo hacer transparente el silencio?
Y por eso se escribe como su se boxeara, en guerra, en defensa del silencio.
.