César Rito Salinas
La luz viaja en el espacio del sonido, avanza la tarde sobre la mecedora. Los sonidos se combinan con la luz, me lo asegura este atardecer de cohetes que llaman a fiesta.
La tarde cabecea en la mecedora puesta sobre la banqueta.
Pasa el viento que envuelve en papel para regalo el calor del día, anda a una fiesta invitado por el equipo de sonido de la esquina. Buenas tardes. Buenas. Pasa marzo montado en la mecedora. Pasa la luz con todas sus historias entre los hilos de ixtle.
Llega el reposo, enseñoreado.
Se sienta en la banqueta y mira pasar a la gente en la calle como quien se asoma desde la ventana a mirar el mundo. Tarde entretejida con sombras de almendro y viento. Olores.
Una mujer recibe la noche en la mecedora. Buenas. Pasa marzo y arrecho acaricia la espalda de la mujer. Noches. Derechita como una vela. El viento de la tarde cuenta la historia de nuestra vida, fresco.
Culo parado. Dentadura blanca, potente su sonrisa. Sentada en la mecedora la mujer no se agita.
La mujer es una deidad adorada por un séquito de hojas y frutos de almendro, los aromas. Faraona. La mujer alumbra con su cuerpo poderoso el mundo de las sombras que crecen entre el almendro y el mango. Los olores.
El viento de la tarde le acaricia la espalda con sus dedos largos. Mujer que convoca la mirada de los hombres con el culo parado, sentada derechita como una vela en su mecedora.
Como la vela, echadas para adelante, la espalda firme.
Así, como lo pedía papá y mamá a mi hermana.
Derechita como una vela.
En la tarde loca de marzo otro poco, el poema. Así, el principio de todo lo creado. O así.