César Rito Salinas
Pound dijo la dicha está en el viento.
Los billetes venían atados como si fueran diminutos tamales de mole, billetes de cincuenta, de veinte; monedas de diez y de un peso esparcidas en la charola. Un reflector iluminaba la caja transparente estaba iluminada, luz directa clarísima. La maquinita de monedas estaba empañada de saliva y grasa, caca de mosca, encerraba el brazo mecánico operado desde el exterior, por botones y palancas; en el camino a casa ladran los perros, repleto de fantasmas.
Los recuerdos mantienen velocidad constante, pegan fuerte, enferman; el cuerpo entero arde desde la planta de los pies hasta la punta de los cabellos inutilizado en el asiento del camión.
A veces pregunto si llegará el día en que una pastilla proteja de este miedo que viene de lejos. En la hora del arrepentimiento se buscan salidas inmediatas; el camión parte la noche, avanza veloz rumbo a los recuerdos.
Encima del ventarrón la muchacha, la falda de la muchacha, los brazos morenos de la muchacha que intenta bajar la falda para que las mujeres del puerto no señalen sus piernas flacas, su espalda seca. Encima del ventarrón la arena muerde las nalgas de la muchacha, su casi pecho. Contra el ventarrón la muchacha camina en la calle, su figura terca, inclinada contra el aire. Los cabellos como lenguas de demonios, arrebatados en el aire. La voluntad de la muchacha para hacerse a la calle permanece sobre el mal tiempo. Debajo del ventarrón yo, los recuerdos, el mar.
La mujer alumbra el camino, maravilla hecha presencia. El hombre mala cabeza se junta con otros hombres, hablan de cosas sonsas, mala cabeza.
El camino está poblado de perros que ladran toda la noche a las sombras, a lo que se agita sobre la tierra y el aire. Puedo ver que el Diablo pasa montado en bicicleta, también marcha al campo. Lleva falda larga, al pedalear enseña los calzones. En la hora de la madrugada el Diablo anda sin trinche ni guarida, derrotado. En su rojo rostro brillan las lágrimas.
En la hora sin esperanza aparece una mujer, su cabello largo, el tocado alto en la cabeza, brillante. La mujer se detiene junto al hombre que mira por la ventana, la tierra tiembla. Que tiemble la tierra.
La mujer ampara la declaración de amor; el Diablo tiene trucos que saca a la menor provocación, lo dejo pasar, de tanta pobreza no tengo cabeza ni para el Diablo. En la madrugada las mujeres juegan a orinar largo y tendido en el patio.
Quien lanza más lejos su chorro gana. Por la mañana, en la tierra amanece el registro de resultado de la competencia. ¿No las escuchas jugar?
Aquella tarde en Tehuantepec entré al baño, cinco pesos. Antes del mingitorio llegué a la mesa de los bebedores de cerveza. Buenas tardes, buenas. Permiso. El agua en un tambo de doscientos litros repitió mi rostro. Buenas tardes. El color del dinero gritó alto, como una batalla o un cuadro de Goya.
El viento pinta de voces la pared, el recuerdo clava arañazos, puedo escuchar la pelota que se estrella contra el muro. La gente protesta por este juego que aleja el sueño, donde no se altera el marcador. El muro nunca pierde. La vieja regresa, deja la cesta en la ventana. El mezcal se aparece en el patio, como la luna, juega a la pelota. El aroma del trago corta una rosa, trepa al muro, rompe el cristal de la ventana.