Dicotomía, antítesis, pulsión antinómica, la moral del esclavo dejó en suspenso el pensamiento de Nietzsche, pues sin asumirlo, para él fue más solvente y necesaria la moral del amo. Pues la moral del amo se equipara con la gesta de la cultura griega y su ápice la romana; y la del esclavo encarna en el cristianismo (o judaísmo) su docta filosofía.
Sin lugar a dudas cuando Nietzsche habla del superhombre se refiere a su visión de un individuo capaz de sobreponerse al caos, y de salir airoso en su encomienda de vida, en sus obligaciones morales, que tienen que ver con eso: satisfacción, entereza y gallardía. Sin embargo, la moral del esclavo hasta cierto punto es conformista pues le apuesta a una redención imposible, más allá de esta vida y con la asistencia de un Dios del cual Nietzsche declaró su muerte.
En el concepto de el superhombre, nuestro personaje no admite el mérito de una vida asistida por la creencia, la sumisión y la subordinación, pero cómo resolver moralmente la antítesis del bien y el mal, si el uno justifica al otro, si no son probable el uno sin el otro. La visión moral del filósofo descansa en ese nudo a veces tortuoso y a veces blando, con la fortuna que no face falta deshacerlo o soltarlo, pues cumple la encomienda de permanecer como un salvoconducto para una o para otra visión. La complejidad del pensamiento de Nietzsche nos lleva a reflexionar en relación si era un filósofo haciendo literatura o un literato haciendo filosofía. Partiendo de la idea del “Eterno retorno”, podemos conjeturar si en su propuesta se refiere a otra vida o a la reencarnación; parece que no, se refiere a los momentos que vivimos y que están sujetos a un eterno retorno como consecuencia de nuestra posición invariable frente a las cosas y los hechos.
Se refiere también a vivir la vida, a mantenerse en libertad en esta no obstante los compromisos y su tendencia a asumir lo convencional. La noción del súper hombre también va en ese sentido, un individuo, hombre o mujer, capaz de salir adelante con sus convicciones y sus compromisos consigo mismo. Al comprender que las corrientes de pensamiento dominantes a partir del comienzo de la llamada Era Cristiana, subordinaban al individuo a sustentar su desempeño de vida a estos valores impuestos, Nietzsche propone regresar al pensamiento clásico acuñado por los griegos con las propuestas de sus grandes pensadores, y declara la muerte de Dios, no como el llamado a un desacato confesional, sino como la liberación del pensamiento para orientarse por una ética vigorosa, verificable y conveniente, a contracorriente de la falsa moral en que se apoyaba la sociedad de su tiempo, y por qué no decirlo, la sociedad actual con sus hipocresías y sus encomiendas a un ente que proclama y promete el paraíso.
Vivir es lo más importante, que morir sea consecuencia de haber vivido a plenitud y no de haber malgastado la vida en tareas consabidas y mediocres. De tal suerte que proclamar el eterno retorno va más en ese sentido que en la razón de supeditarse al pesimismo o al optimismo rampante y pesaroso. Nietzsche nos dejó su propuesta, ¿seremos capaces de asumirla o dejaremos sus virtudes y beneficios para un mejor momento? Su pensamiento es el sustento moral de una doctrina inestable, precisamente sobre lo moral. A tal grado que sirvió de excusa para que se perpetrara el horrendo crimen del holocausto judío en donde los alemanes se asumieron, equivocadamente, como los amos del mundo. Aún con estas singularidades, el pensamiento de Nietzsche es la bisagra de una nueva era, pues en la aceptación o en su rechazo, se subsume el contenido moral de la sociedad contemporánea.
Fernando Amaya