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viernes, octubre 18, 2024

La niña que sueña colibríes 

Reportajes

Si la pequeña vida del colibrí se alimenta con miel, ¿por qué habría de alimentar la mía con amargura? Se pregunta la niña, y sus ojos se llenan con la dulce intriga del sueño. El primer colibrí baja del sol y revolotea alrededor de la «Copa de oro», flor que destaca por su belleza única. El colibrí no se posa en la rama de la limonaria, hasta que sacia su inocente ambición de pequeñas dosis de dulzura. 

Ahora el rehilete del troquilino se acantona en el entrecejo de la pequeña, y su sueño pasa de la placidez a la inquietud; en el modesto aposento de la criatura, parece escucharse el rumor de un canto, como si un pequeño mar creciera cuando el colibrí deja de batir sus alas. 

Ya es muy alta la noche, la niña duerme profundamente, y el colibrí reposa en el esmalte de sus atavíos. 

Se va el primer colibrí. Hay un segundo que, como volantín intermitente, llega a revolotear los besos que la luz le imprime a la niña en el andén incierto de la madrugada.  

De pronto, el sueño se le inunda de colibríes, juntos son una marea que, a manera de un dulce vértigo, invade a la niña ya en el sopor del amanecer. 

Los colibríes ahora han dejado el sueño de la niña, volando a las flores a recuperar su abasto de miel, para volver en la noche al mundo feliz de otra pequeña que con afán sueñe con ellos. 

Fer Amaya

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