Se dirá dentro de un siglo, “Fue hace aproximadamente otro tanto que unos filósofos, costeños y rústicos, empezaron a dar forma a un paradigma hasta ese entonces inédito: los supuestos teórico-pragmáticos del Poliamor”. Pero fueron, de manera más puntual, Colón y Noyola, los sesudos analistas que pusieron sobre los podios del debate la especie del derrumbe de dos entelequias sobadas y constreñidas por la realidad fantástica y su equivalente la fantasía real, la poligamia y la poliandria que, como esferitas de navidad, estallaron en astillas innumerables por efecto de la fuerza del poliamor.
Ejemplos de inmediata interpretación son, verbigracia, cuando dos o más mecánicos reparan un mismo carro, o cuando cinco individuos participan en un encuentro deportivo, pueden ser hasta más, seis u once; un fin común resuelto por la pujanza y el pundonor de un equipo monodisciplinario. Así de simple es el poliamor, que no amerita clasificación o nomenclatura, porque es, llanamente, amor polivalente.
Pasados los tiempos del amor episcopal, prescrito por la Santa Inquisición y la Sumaria del Buen Samaritano, la humanidad volvió a su pulso frecuente del amor sin inhibiciones; claro está que, en antes, ya se practicaban estos menesteres y eran siempre de dominio público, aunque los causantes negaran con obstinación tal evidencia, o se empeñaran en defender como asunto privado algo ya del dominio común (Colon y Noyola 2011).
Los fundamentos del Poliamor vinieron a acabar con el colonialismo sexual, y pusieron en boga la simetría perfecta de las relaciones interpersonales. En estos tiempos ya nadie se da golpes de pecho, nadie se ofende e, incluso, el Monoamor cabe en la esfera tolerante y flexible del concepto que es objeto de nuestro estudio.
Martajadas todas las inhibiciones, lejanos ya los tiempos del tomo del Doctor Ellis, que libraba de remordimientos a aquellos con una ternera o un torete en su haber, casi disuelto en la lejanía del pasado más pasado El Kamasutra propuesto por Vasyayana, los nuevos augurios quedaron sólidamente cristalizados en la Teoría, a estas alturas ya clásica, del Poliamor.
En esta época poliamorosa, todo mundo empezó a amar a todo mundo y los solios del sermón se fueron quedando vacíos, los afectos humanos coparon la faz del mundo, como lo hacen ciertas plantas sobre las macetas donde las cultivan; obviamente, alguien dio cuenta del último chantre que cantó su loa postrera en un cubículo perdido, allá en la vasta estepa siberiana; imaginen entonces a toda la gente unida por un solo lazo de acendrado afecto y a los hombre, si fuera el caso, presentando a su familia diciendo: “Les presento al equipo poliamoroso dónde afortunadamente estoy considerado”; y así, si se tratara, también, de una mujer con varios hombres como equipo.
Los humanos tan dados a patrimonializar todo, incluyendo los sueños y la música, perdieron esa abyecta manía, ganado terreno la libertad de decidir el cómo y el cuánto.
Siendo la celotipia la forma de depresión más frecuente y punto de partida de las demás, la industria farmacéutica perdió razón de ser, porque la era de los medicamentos ha pasado a mejor vida, toda vez que ni las aspirinas ni los antibióticos hacen falta dónde los humanos nos queremos una barbaridad. En cumplimiento a lo expresado, larga vida a Colón y Noyola, exégetas y proponentes del Poliamor. Dicho se ha.
Fernando Amaya