César Rito Salinas
En la expresión de las ideas, venimos de aquello que se conoció hace 500 años como la Utopía, de ese pensamiento de “un nuevo mundo” nace la idea de América, la Tierra Nueva.
El pensamiento en Europa sirvió a la Iglesia, pienso en Giorgio Vasari (Arezzo, Italia, 1511-1574, Florencia). Su obra Las vidas de los más excelentes arquitectos y pintores italianos (1550, Florencia, Italia), encargada en una cena por un arzobispo florentino.
Ese inicio nos marcó.
Somos, mucho tiempo después, los invitados a la mesa donde, en la gran cena, un poderoso nos propone escribir una obra que ensalce la vida y la obra de los paisanos.
De alguna manera esta forma de producción, los invitados a la mesa del poderoso, llegó a su final; los poderosos no leen, menos les gusta enarbolar la bandera de su patria chica.
O a esos poderoso, pienso en el crimen organizado, el verdadero país de este país, solo les interesa escuchar su nombre en un corrido.
La Utopía marca la idea de la escritura que refiere al continente desde el principio, somos el espacio delegado por otros que sufren persecución e injusticias en su lugar natal.
De esta delegación inicial -somos el deseo de otro-, viene nuestra crónica y nuestra novela Latinoamericana.
Eso es el hecho, lo estudió Carlos Fuentes en su ensayo La gran novela Latinoamericana (2011), recordamos los títulos de esa “novela total” que buscamos escribir desde el inicio del encuentro de los dos mundos.
En la escritura, ¿somos el deseo de otros? ¿Somos en nuestras obras lo imaginado por otra persona? Me quedo con estas preguntas esta noche de sábado, intento respuestas.
Con los años he ganado libertad y valor frente a mi escritura. En los días de mi juventud escribir era un tormento: acercarme a mi realidad literaria era dolor porque estaba poblado de miedos que me inculcaron en la familia.
Escribir es acercarse a un espacio donde sólo existes tú con los que inventas. Nada más. Escribir es cerrarse al mundo concreto para dejar que nazca ese otro mundo alterno que te inunda, paralelo, que te gana y te revela.
Para escribir necesito mucho valor, un alto grado de temeridad. Para mostrar valor necesito
ser libre.
En aquella juventud confundía el mundo alterno con el mundo concreto, y de esa confusión brotaban chispas que dañaban mi cuerpo y mi alma. Ahora gozo de libertad y valor frente a mi escritura. El mundo alterno triunfó sobre el mundo concreto en mi vida.
Hoy puedo mirar a mis muertos de frente y sonreírles, conversar con ellos en un plano libre y valeroso.
Requerimos vigor y sabiduría para realizar nuestra escritura, eso es inevitable. Terminaremos -eso es lo que se avizora- como militantes de una resistencia donde vivamos nuestros sueños, perfilemos nuestros personajes con relación a nuestros pueblos originados en nuestras propias convicciones.
Ese será el nuevo signo, la otra escritura.