César Rito Salinas
En La novela imposible, Mario Levrero dice: no quiero utilizar el oficio, no quiero imitarme a mí mismo.
Sol. Mañana de viernes. El que escribe necesita pocos elementos para iniciar la jornada, tal vez saber dos o tres verdades sobre su oficio.
Habrá que cuidar las esquinas, los bordes afilados.
Las palabras escritas están llenas de trampas, el cerebro repite fórmulas y te las vede como exclusivas inimitables.
Para salirme de mí mismo fui al taller del Colectivo Nahual, en la calle de Reforma. Ahí pedí a Zaira Luis que me enseñara los primeros pasos del grabado.
Esto lo hice el miércoles, este ejercicio resultó favorable, al menos no terminé herido por mi propia mano.
Zaira fue puntual al advertirme: conserva la vista en la imagen, no descuides la punta afilada de la gubia.
Cuando escribes dibujas, el cerebro se emociona con la imagen que brota en el espacio vacío. -la hoja o la pantalla Si esta operación ocurre al escribir, traslado la experiencia a otra disciplina, al grabado en linóleo o a la madera comprimida.
El ingresar a un taller de grabado lo pospuse durante muchos años, desde la infancia.
Libre de prejuicios dije: va, que comiencen las clases de grabado.
Logré grabar dos piezas en la primera sesión. La maestra Zaira me dice que grabaremos el próximo miércoles.
Debo reconocer que estoy algo emocionado.
Debo reconocer también que, en un momento dado, en la segunda pieza, perdí el interés cuando experimenté aquella sensación ya conocida que me obligó a abandonar el proyecto iniciado, como me ocurría con la libreta donde tomaba apuntes para escribir mi primera novela.
El desánimo será parte del proceso creativo -el cerebro humano está repleto de misterios sin aclarar.
Con la poesía fue diferente, en las primeras ocasiones había la necesidad de escribir y se volcaba en caliente a la libreta -en el papel o directo a la máquina.
Lo importante será enfrentar al ánimo de conocerte, de saber cuántas cosas y de qué formas guardas adentro.
Esas imágenes que te llevan el pensamiento, el lenguaje.
La primera imagen que grabé ese miércoles fue una embarcación, el cielo abierto cargado de líneas sobre el proceloso mar.
Era la hora de la imagen, de lograr el paso del mundo subjetivo al presente palpable.
Puedo ubicar que las imágenes que gobiernas mi pensamiento provienen del mar, originadas en esa presencia de mi padre -marino militar.
Soy el hijo de un embarcado, esto quiere decir que soy el hijo que acompaña a su madre durante largos periodos mientras regresa el padre a casa.
Soy el hijo de un señor que labora en un territorio inmenso, el océano.
Hay padres que salen de su casa a la oficina, al local donde realizan alguna venta, al campo, la parcela, al taxi en la ciudad.
Ser hijo de un Capitán de Fragata implicó en aquel tiempo ser diferente a la experiencia de los niños del barrio.
Desde ahí me viene esta forma de ubicar otra manera de abordar los días, expresarme.
Desde esa infancia.
La infancia junto a mi padre forma mi sitio seguro; la escritura, la forma de abordar el tiempo mientras aguardo en regreso a casa de mi padre.
Mi padre falleció cuando yo tenía 9 años.
Este hecho no me vuelve extraordinario, singular. Fui un niño huérfano de padre que se arrimó a la lectura para aislarse del tiempo abrumador, sofocante, de los rituales de la muerte que imperan en los pueblos zapotecas.
Traigo metido el olor del copal hasta la punta de los cabellos.
Y los rezos, y el llanto.
Ahora, cuando decido ingresar al curso de grabado, ¿lo hago para esperar a quién? ¿para recuperar qué?
Mi padre y mi madre son finados, tres de mis hermanos están muertos.
Hay un deseo de saber de mí, de buscar quién soy, qué emociones gobiernan mi lenguaje, mis pensamientos.
La presencia de la muerte no me resulta algo doloroso, aterrador, no. La encuentro como una vieja amiga, a la persona que conocí muy pequeño, en la infancia .
No escribo mientras llega la muerte, lo tengo claro.
Escribo como un ritual de la plenitud.
Escribo porque me gusta hacerlo.
Dibujo, hago garabatos desde los días de mi infancia.
La vida me llevó por extraños caminos, siempre en busca de mi pare fallecido.
Hice estudios secundarios en la Técnica Pesquera, me gusta navegar. Llegué a conocer puertos y ensenadas, localidades de todo el Pacífico mexicano.
De Puerto Madero, Chiapas, a Ensenada., BC.
Me gusta el mar como espacio del trabajo.
Me gusta aislarme, sumirme en la navegación.
Encuentro sentido al estar solo, con mis imágenes, mi pensamiento.
Por eso escribo.
Como una navegación sin final.
Del tiempo futuo nada sé, no puedo asegurar que me haré grabador.
Tengo claro que me gusta hacerme a la mar, iniciar la travesía.
Por eso escribo, porque soy un bajo.
En la primera sesión de grabado perdí el ánimo en la segunda pieza, pero salí adelnate con carácter, voluntad.
Al otro día en casa escribí un poema.
Encuentro que grabar me dejó claro para hacer poemas.
El cerebro humano trabaja con sus propias reglas, ¿qué es aquello que nos aclara?
Nadie lo saber porque de saberlo haríamos lo que mejor nos viniera en gana, sin esfuerzo, sin tanto drama.