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sábado, julio 6, 2024

La recolección de las chicatanas

Reportajes


César Rito Salinas
La gata Catalina juega, brinca, pega mil vueltas a toda velocidad. Corre y vuelve una, mil veces. Escribo y me detengo, me anima el propósito de nombrar el espacio oculto que pervive entre objetos cotidianos y mi persona.
El tiempo de lluvias llegó, este es el momento de recoger chicatanas en las calles de la colonia Margarita Maza.
La gata existe en el relato, que posee una variante de la realidad al nombrar aquello que se oculta.
Desde el principio narrar fue nombrar lo no percibido, lo que la prisa y los días oculta.
Este sería en sentido práctico de la literatura, decir ese espacio que crece entre la mirada y el silencio de los objetos cotidianos que nos rodean. De alguna manera el espacio narrado juega la función del dios que te acompaña y te comprende, el dios benévolo que te escucha y te comprende. En la literatura, también, pueden darse los milagros.
Porque el espacio narrado se concreta en soledad. Quien lee se ubica dentro de un silencio que está por arriba de la casa, la ciudad, la gente que pulula con necedad y angustia por la calle. Quizá porque el mundo interior, los deseos, las frustraciones que cargan las personas es más grande que el territorio donde habitan, por eso es que novelas y poemas, ensayos, cobran vida en nosotros.
El sitio no nombrado nos urge a la reconexión, a entrar al espacio nuestro.
Podemos ver la “realidad”, podemos decir que habitamos en esa “realidad”. Pero no es así. ¿Alguno de ustedes puede nombrar los sueños de su pareja? ¿Qué nos hace sentir la lluvia?, su aroma a tierra mojada. ¿Qué sentimiento crece en nosotros cuando escuchamos la voz de los amigos?
Cuando decimos “comunicación”, ¿qué damos a entender? Loa padres nos ocupamos de lo “concreto”, proveer. Pero poco sabemos de los terrores que oscurecen el rostro de nuestros hijos. ¿Y de las hijas? ¿Qué sabemos?
El tiempo ocurre entre deber y deber, entre cifras que debemos cubrir. Entre objetivos “reales”, situaciones “concretas”. Y eso está bien, prestar nuestra atención, nuestro ´ánimo a ese presente real. Pero esa parte de nuestra atención oculta el espacio innombrado.
Una mañana nos descubrimos metidos en la actividad cotidiana, limpiar el auto, calentar su motor, tarareando una canción del pasado. ¿Cómo llegó a nuestro recuerdo? ¿Bajo qué artilugio afloró en nuestros labios? Los niños ya vienen, hay que salir temprano rumbo al colegio para evitar el tráfico de atasco.
Y en la noche de ese día, antes de dormir, luego de cepillar los dientes y poner el despertador, mientras buscamos los lentes de lectura en el buró nos descubrimos con la misma tonada, ¿cómo sabe esa canción del pasado mi ubicación del presente?
En la universidad nos hablan de moral y de la ética, de los pactos sociales para conservar la paz. Pero nunca nos enseñan las palabras para decir nuestro sentimiento a la compañera que aborda el camión temprano, a la misma hora en que los asistentes llevan el rostro de agobio a ello se le mira un jopo que cae sobre su rostro claro, como una canción.
Y cada mañana el futuro padre de familia la mira y se impacta con el cabello necio que insiste en cubrir el rostro bello. Y el conductor del camión urbano insiste en poner a todo volumen las obras completas de Los Hombres G.
Y aquel rostro y su copete se pegan a la canción y al tiempo imposible de la clase de Historiografía o Coloquio o a la Crítica del arte contemporáneo que dan los profesores a primera hora y que tanto sueño y cansancio provocan en el alma de los alumnos.
En la vida de las personas ocurren cosas que luego se olvidan -la boda, el nacimiento de los hijos, el auto recién adquirido en la agencia-, el cerebro humano está dotado del olvido como forma de sobrevivencia.
Hasta la mañana en que el olor a tasajo frito que llega de la casa vecina nos hace recordar las canciones de Los Hombres G escuchadas en el camión urbano rumbo a la universidad. Y nuestros labios siguen esa tonada de la canción que detestamos en la primera vez que llegó a nuestro oído.
Hora que ordeno las ideas, sus imágenes en esta colaboración descubro que todo guarda un orden secreto, que el mundo “impensado”, aquella subjetividad que fue confundida con la “inspiración” o la añoranza concreta esa extraña facultad que tiene el cerebro humano de construir relatos.
Quizá el padre de familia duerma a pierna suelta esa noche en que lo asaltaron los recuerdos de su juventud. El cerebro humano también está dotado -como forma de defensa- de un mecanismo que rechaza nuestras emociones. Pero el mundo innombrado gana cuerpo, volumen. Con los años el territorio del pasado -los recuerdos- resulta más extenso que aquello que nombramos como “realidad”.
Tenemos la misma esposa, los mismos amigos, los hijos crecieron con nuestro silencio porque en la universidad nos enseñaron que debemos ser profesionales -gente de saberes- y que ningún adulto puede ser amigo de un adolescente.
En el mundo de los profesionales no tienen cabida los niños y los adolescentes, está mal visto -los amigos, la sociedad te puede calificar de “inmaduro”.
El sentimiento que más agobio causa a los adultos es el de la vergüenza, cuando alguien -un hombre, una mujer- cae en la calle se incorpora en el acto y voltea a mirar a su alrededor, para cerciorarse que nadie fue testigo del accidente. pero el pecho del hombre, de la mujer, carga con miles de ojos que lo observan todo y juzgan.
La literatura da voz a esos ojos que nos juzgan y nos acusan, forma en nosotros el pacto cordial con lo que nos avergüenza. Por eso, para leer, los lectores piden silencio y soledad.
En la mañana del domingo, luego de las lluvias, las horas pasan veloces, en el cielo se escucha el rotar del motor de un helicóptero que se aleja, mientras que en la esquina de la calle ruge el mototaxi.
El silencio de la habitación -donde brotan las letras- me hace descubrir que Catalina, la gata, ya se fue a dormir. Y agradezco al tiempo la oportunidad que me da de escribir bajo la influencia de la impetuosa Catalina. Salió el sol, pero en los nidos de las chicatanas se mantiene la humedad de los aguaceros recién caídos sobre campos y cuestas de la Oaxaca nuestra.

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