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jueves, noviembre 21, 2024

La salvaje geografía del deseo

Reportajes

César Rito Salinas

  • ¿Qué corte va querer?
    Como si la maldita noche en San martín tuviera ojos, hablara, como si el aire tuviera una lengua larga cargada de abrojos.
    En la peluquería el diálogo de los espejos revienta la imagen bajo el calor, eterniza las motas de talco y el olor del agua de colonia que flota antes que caiga la tarde.
    ¿Qué intentan etas reminiscencias trasnochadas? ¿Crear el mito del calor? La iconografía del calor brinca como Diablo sobre los espejos. Acá no importa la anécdota, importan los ojos de la noche que me mira.
    Mi rostro, el rostro transpirado. Surgen las preguntas, este delirio gfrente a las letras que bailan.
    ¿El calor sólo reina en los espejos? No. También busca el sonido del grafito que se arrastra sobre la hoja de la libreta, mientras suena Beethoven (Romances para violín y orquesta).
    El sonido lleva el tiempo que conduce la imagen. A mayor distancia temporal mayor vivacidad en las imágenes del pasado.
    Lo dijo Faulkner, el pasado ni siquiera es pasado, vuelve.
    El sonido, su silencio hace la medida del espacio en que se juntan las letras con la transpiración y hacen una sopa que baja por mi frente, el pecho.
    . Todo ocurre en el cerebro.
    Las veintidós líneas que tiene la hoja de esta libreta son arduas y pesadas de rellenar, con letras pequeñas en ela noche de desvelo.
    El camino cuesta arriba.
    Escribir asuntos del pasado. Todo ocurre sobre la música. La letra, el tren que pasa y deja por la mañana un sabor de cobre en la boca. La tarde, las imágenes de las mujeres desnudas que se pierden en las aguas del río oscurecido.
    Las letras intentan prenderse a los recuerdos que cargo de mi pueblo, pero me parece que narran una novela del tiempo de Califirnia de Fante, hay polvo, sed, los amigos pierde almas.
    En algún momento saldrá la palabra alcohol, pendencias; hambre.
    Parajes que nunca fueron vistos.
    El silencio sobre el tiempo hace la música, los recuerdos.
    Puedo formar que esta escritura que no conozco hace la respiración misma, el aire. Todo ocurre en la cabeza.
    Sobre el silencio, la medida del recorrido que forman las imágenes, este viaje sobre los hombros del que escribe.
  • ¿En cuál estudiaste?
  • En la Benito, soy de la Benito.
    El patio de la escuela vuelve a cargarse de voces, algarabía: se alza como el sitio del mito. Ahí, en el patio escuché hablar por primera vez de las fotografías de mujeres encueradas que poseía Rómulo.
  • Se miran los pelos.
  • ¿Dónde? ¿Con Rómulo?
    Música del tren, las mujeres encueradas (hay una agitación que viene de lo más profundo de la tierra).
    La música de los que se marchan.
    Los niños de la Benito con el deseo metido en el cuerpo dos veces por día.
    La hora del tren. La gente se aparta de la máquina que ruge. Los niños aprovechan el miedo de los mayores para escabullirse sin ser vistos tras las cortinas del estudio fotográfico. Dos veces por día, a la entrada y a la salida. En la mañana y en la tarde. Al entrar y al salir de clases. De lunes a viernes.
    El tren, la música del tren.
    Ese largo silencio que corre de la mañana a la tarde, antes del estruendo de la tierra y los rieles, entre las páginas humedecidas ya por la transpiración de las manos en aquella geografía del deseo, ese vano intento de detener el aire caliente que pasa.
    Las malditas voces en San Martín no se detienen, embarradas de esta escritura que las invoca.

La salvaje geografía del deseo
César Rito Salinas

  • ¿Qué corte va querer?
    Como si la maldita noche en San martín tuviera ojos, hablara, como si el aire tuviera una lengua larga cargada de abrojos.
    En la peluquería el diálogo de los espejos revienta la imagen bajo el calor, eterniza las motas de talco y el olor del agua de colonia que flota antes que caiga la tarde.
    ¿Qué intentan etas reminiscencias trasnochadas? ¿Crear el mito del calor? La iconografía del calor brinca como Diablo sobre los espejos. Acá no importa la anécdota, importan los ojos de la noche que me mira.
    Mi rostro, el rostro transpirado. Surgen las preguntas, este delirio gfrente a las letras que bailan.
    ¿El calor sólo reina en los espejos? No. También busca el sonido del grafito que se arrastra sobre la hoja de la libreta, mientras suena Beethoven (Romances para violín y orquesta).
    El sonido lleva el tiempo que conduce la imagen. A mayor distancia temporal mayor vivacidad en las imágenes del pasado.
    Lo dijo Faulkner, el pasado ni siquiera es pasado, vuelve.
    El sonido, su silencio hace la medida del espacio en que se juntan las letras con la transpiración y hacen una sopa que baja por mi frente, el pecho.
    . Todo ocurre en el cerebro.
    Las veintidós líneas que tiene la hoja de esta libreta son arduas y pesadas de rellenar, con letras pequeñas en ela noche de desvelo.
    El camino cuesta arriba.
    Escribir asuntos del pasado. Todo ocurre sobre la música. La letra, el tren que pasa y deja por la mañana un sabor de cobre en la boca. La tarde, las imágenes de las mujeres desnudas que se pierden en las aguas del río oscurecido.
    Las letras intentan prenderse a los recuerdos que cargo de mi pueblo, pero me parece que narran una novela del tiempo de Califirnia de Fante, hay polvo, sed, los amigos pierde almas.
    En algún momento saldrá la palabra alcohol, pendencias; hambre.
    Parajes que nunca fueron vistos.
    El silencio sobre el tiempo hace la música, los recuerdos.
    Puedo formar que esta escritura que no conozco hace la respiración misma, el aire. Todo ocurre en la cabeza.
    Sobre el silencio, la medida del recorrido que forman las imágenes, este viaje sobre los hombros del que escribe.
  • ¿En cuál estudiaste?
  • En la Benito, soy de la Benito.
    El patio de la escuela vuelve a cargarse de voces, algarabía: se alza como el sitio del mito. Ahí, en el patio escuché hablar por primera vez de las fotografías de mujeres encueradas que poseía Rómulo.
  • Se miran los pelos.
  • ¿Dónde? ¿Con Rómulo?
    Música del tren, las mujeres encueradas (hay una agitación que viene de lo más profundo de la tierra).
    La música de los que se marchan.
    Los niños de la Benito con el deseo metido en el cuerpo dos veces por día.
    La hora del tren. La gente se aparta de la máquina que ruge. Los niños aprovechan el miedo de los mayores para escabullirse sin ser vistos tras las cortinas del estudio fotográfico. Dos veces por día, a la entrada y a la salida. En la mañana y en la tarde. Al entrar y al salir de clases. De lunes a viernes.
    El tren, la música del tren.
    Ese largo silencio que corre de la mañana a la tarde, antes del estruendo de la tierra y los rieles, entre las páginas humedecidas ya por la transpiración de las manos en aquella geografía del deseo, ese vano intento de detener el aire caliente que pasa.
    Las malditas voces en San Martín no se detienen, embarradas de esta escritura que las invoca.
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