César Rito Salinas
Las hierbas de desalojo tienen una gran presencia en mi vida.
De pequeño me libraban de los cuentos de espanto, que noche a noche venía a contarnos mi hermano Javier.
El hombre era especialista en contarnos cuentos de terror, en torno a la mesa donde tomábamos café con leche y pan.
Llegaba de sus navegaciones en altamar y decía sus historias atormentadoras: del hombre que falleció de tétanos durante un viaje de pesca de camarón, en Puerto Madero, Chiapas. Habló con pelos y señales de qué manera el pescador se ensarto en la planta del pie izquierdo el anzuelo de pescar tiburón.
Con un cuchillo afilado se sacó el anzuelo y, como único método de asepsia, se orinó la herida. Le untó petróleo a la carne viva y se puso a trabajar.
En la noche, rengueando, se retiró a descansar a su litera, en medio de fuertes calenturas.
Esa madrugada la tripulación de aquel barco pesquero durmió a pierna suelta, pero alguien dijo en la mañana haber escuchado el aullido de un enorme perro negro sobre cubierta.
Se asomó y no vio a nadie.
Volvió a su litera, pero antes de lograr dormir pudo escuchar los gemidos de dolor del herido. Encendió una lámpara de mano y lo que observo le helo la sangre: en la litera estaba el perro negro tratando de llevarse el cuerpo pandeado del pescador, infectado ya de tétanos.
Como pudo retuvo el cuerpo del hombre herido, y el perro salió por una escotilla para perderse en la negrura del mar.
-Así se mueren los pandeados en el mar.
Los hijos pequeños de la casa luego de escuchar a Javier manteníamos los ojos abiertos en la oscuridad, en la cama, en espera de que entrara el perro negro que nos llevaría a la negrura de la muerte.
La madre, al día siguiente, al ver nuestra falta de apetito y nuestra renuncia para ir a la escuela, decía:
- Agarramos camino para el templo de la hermana Cata, para que les peguen una buena rameada.
El desalojo me acompañó durante toda mi vida.
El desalojo y el perro negro.
El desalojo que llegaba a darme en casa mi hermana Guadalupe.
Al perro negro lo encuentro en algunas noches en el arroyo o las calles del barrio; babeando por almas.
¿Qué tendrán las almas de los borrachos que son las preferidas por los seres obscuros?
Almas que no hacen daño a nadie son buscadas por el Tentador, para llevarlas averno.
Una noche, un alcohólico, Margarito, me dijo que en punto de las tres de la mañana que escuchó el graznido de un ave negra, que se posó en el árbol del patio de su casa.
El árbol ya se secó, pero se mantiene en pie firme.
En las noches de borrachera Margarito siente que esa ave no es más que una bruja que llega a su casa, para llevarlo al infierno.
Cosas de hombre ebrio que se levanta a las tres de la madrugada y alucina.
Porque también escucha cosas.
El otro día vino y comentó que cuando alguno de los teporochos se va a morir, llegan a tocar a la ventana de su casa una abuelita.
Tres golpes espaciados, como es la clave con la anciana que nos vende mezcal.
Nadie sabe si es cierto lo que dice Margarito, porque inventa cosas en los días de su cirrosis. Los doctores ya le dijeron que está por morirse, nada más que no obedece, sigue metido en el alcohol. Mañana, tarde y noche con el mezcal. Con la mujer detrás de él, con sus gritos.
La mujer y su pequeña hija.
Pero él no entiende razones, prefiere caminar por las calles
del barrio y encontrarse con el profesor Leyva, el ingeniero Plutarco o el poeta.
No entiende nada.
- Que la profecía se cumpla -dice.
Los amigos de Margarito son cabrones, saben de su mala salud y lo invitan a beber. - De algo me voy a morir -dice.
Agarra la borrachera en distintos sitios, por muchos días.
En la madrugada salía a buscar mezcal con los amigos.
Buscaba al ingeniero Plutarco, al que fuera.
Su misma perra, Canela, lo acompañó al arroyo. Platicaba con ella, le contó sus penas, le decía de su enorme desamor y de cómo pesa la mala suerte en la vida de un hombre.
Sostenía ante el que quisiera escucharlo que la mala suerte existe, él mismo había recibido en su persona.
Todo lo que puede enviar dios sobre el mundo, pesa; por eso no sanaba de sus enfermedades, por eso le iba tan mal en la vida: le gritaba su mujer, se había quedado sin casa y sus amigos no lo querían.
Canela lo escuchaba con atención, puedo asegurar que lo comprendía.
La perra, para darle calor en las madrugadas de frío, pegaba su cuerpo pulgoso al ebrio, mientras Margarito sorbía lentos y espaciados tragos de mezcal.
A esas horas de la madrugada un mezcal y una perra sirven de abrigo ante el viento fuerte. Son como el sol, abrigo de los pobres.
Una perra callejera y un trago de mezcal.
Después de esta protección, cualquier cosa puede venir: que te corran de tu casa, que te atropelle un carro, que te resbales en la calle y te rompas una pierna.
Todo puede ocurrir después de la protección que teda una perra y el mezcal.
Cuando te abandonen estos dos elementos, la perra y el mezcal, serás un hombre nuevo, un ser bendito que se podrá enfrentar a la adversidad bárbara.
Margarito creía en las historias que contaba a Canela, tan efectivas co o las yerbas de desalojo.