César Rito Salinas
Al paso de los años, la gente
que he conocido me ha preguntado
muchas veces en qué trabajo.
KURT VONNEGUD, Matadero Cinco
Hacía calor.
La entrada es ya un clásico:
Todo esto sucedió, más o menos.
Los viejos maestros recomiendan que el autor desaparezca de su relato, que no se note su mano, cosa que resulta en verdad difícil.
Tanto pelear con tus obsesiones para que al final te pidan eso, desaparecer.
Por el rumbo de San Martín por la secundaria los días pasan lentos, rompe el silencio de la mañana el ladrido de algún perro, el estruendo de un mototaxi o el tañer de campana del camión particular de la basura, que insiste en recordarnos que padecemos de un mal gobierno.
Encuentro que uno se acostumbra a todo, hasta al crimen y la inseguridad, pero no soportamos cambiar de rutinas -en el cambio y su resistencia se nos va la vida.
En los últimos días padezco de una infección de la vista, el mal comenzó en el ojo derecho, pasó al izquierdo, no sé, no lo recuerdo, hay cierta edad a la que uno llega en que ya no importan izquierdas o derechas.
El día comienza con mala vista.
Catalina la gata (Gatalina) trepa a mi cama puntual, al cinco para las 8.
Con lentos maullidos frente a mi rostro pide el desayuno.
Nada sabe de los desvelos, las frustraciones y las horas perdidas frente al trasto de las palabras.
Nada sabe, ni le interesa, de los inicios del relato: Todo esto sucedió, más o menos. Del genial Kurt Vonnegut.
Su Matadero Cinco.
El jueves comenzó la ronda de los desaciertos, mientras preparo el desayuno de Catalina -una descomunal cabeza de pollo- me entero de cómo marcha la nación por las noticias de la radio.
Nada nuevo, crímenes, injusticias, políticos en campaña, la sonrisa cruel de las autoridades.
El pueblo está feliz-feliz.
De pronto me paro en seco.
El maldito Kurt acertó en su entrada: Todo esto sucedió, más o menos.
Seis palabras para englobar el presente de la gente que habita el mundo.
Veo con un zoilo ojos, lo cual me convierte en una persona de movimientos torpes.
El que padece una fuerte infección en los ojos habita el pasado, realiza actos de memoria.
La atina a la cantidad de café que ocupa la taza.
Hace números, cuenta sus pasos.
Mira sin entender.
Existe como gato huraño.
Hacer los movimientos cotidianos con la vista dañada implica eso, resistirse -no aceptar el presente.
Negarse.
Y en esta negación ganan los hábitos.
Leer, por ejemplo.
Leo en el dispositivo de Kinle, pero no recuerdo dónde dejé la pequeña pantalla anoche en la madrugada.
No puedo ver, no lo encuentro.
Para colmo de males el internet falla, hay mal esta es la tercera vez en la semana en que cortan el servicio en el área de Monte Albán.
En el teléfono traía algo de datos, bajé la novela de Kurt.
Porque el vicio de leer es más grande que todos los obstáculos y soy muy necio, no me resigno a esto a guardar reposo.
En el teléfono envío el archivo a Notas.
Leo como un ciego, lento, muy lento.
Esta lentitud me permite masticar las palabras.
Pongo toda mi atención al sumar de dos en dos las palabras.
Y ahí, en esta mañana de limitaciones y enfados, enfermedad y carencias, encuentro la clave de la escritura: el tiempo.
En la vida cotidiana nos agobian las prisas.
La enfermedad nos saca de ese flujo.
Decía Piglia que leemos como se hacía en el tiempo de Aristóteles, de una palabra a otra palabra.
Pero este presente nos aporta más distractores.
Habrá que encontrar otra forma de narrar para este presente de interrupciones.
El entorno impacta el ánimo, el ánimo hace la lectura.
Nadie lee con la vista mala o sin internet.
A menos que aceptemos el cambio de las condiciones.
¿Qué leer en tiempos que nos obligan al cambio?
Algo que no cuestione nuestra terquedad por el tiempo pasado, que cuestione las condiciones y favorezca el cambio.
Todo esto sucedió, más o menos.
Hasta mi mesa escucho el zureo de las palomas.
En el patio de calores las aves cantan, celebran la luz,
Quien padece enfermedad tiene el recurso de la imaginación y los viejos hábitos .mis dedos saben de memoria la posición de las letras en el trasto de las palabras.
Hay canto de las aves.
Los viejos autores emergen.
Cuestionan el presente ingrato con economía de palabras.
Todo esto sucedió, más o menos.
Cierro los ojos.
El pulso de mis latidos en calma.
Así que de esto trata todo el esfuerzo de de arrancar sentido a las palabras.
De traer paz al corazón intranquilo, temeroso.
Bien.
Ya.