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lunes, marzo 10, 2025

Las dos historias del Mar de Tehuantepec

Reportajes

César Rito Salinas

Y el olor del báltico que golpea dulcemente
Günter Grass.

De pronto la frase que rememora el mar salió como un tigre, un jaguar en la selva. Bello y veloz, inesperado y rugiente. De lo que vine a hablar aquí es de un mar mínimo, ágrafo, que no aparece por las literaturas, que carece del testimonio de aventureros, poblado de tristeza y olvido. El Golfo de Tehuantepec.
Hay dos momentos en que interviene dentro del asunto literario: en un viaje que realizó el poeta y banquero norteamericano Wallace Stevens y en el viaje de regreso a Londres, que realizó el escritor inglés Malcolm Lowry.
Ambos, en la primera mitad del siglo XX. De ahí no se vuelve a nombrar ni por extranjeros ni por escritores nacionales o regionales. Los dos coinciden en la belleza del mar de plata de las aguas del Istmo, infestadas de tiburones. Hay que decirlo, nuestro mar no es el mar de aventuras, corsarios, islas con tesoros ocultos. Lo que implicaría un mar de los cuentos para niños O de soledades y zozobras para los enamorados, de Robinson y Viernes.
El mar del Istmo sirvió para los trabajos forzados, la locura.
Vea usted si no.
Nuestro mar sirvió a la conquista española, fue puerto astillero en Bahía la Ventosa desde donde los barcos salieron a descubrir el océano Pacífico, desde este punto, hoy simple agencia municipal que recibe los desechos de la refinería petrolera, se armaron las cartografías marítimas hasta llegar a la travesía del Mar Bermejo, Mar de Cortés, que une el macizo continental con la península de la Baja California y la alta California.
En nuestro mar iniciaron las cartas de la navegación, la travesía.
Lo testifica un discreto faro que aparece en la punta de la loma que hace la vuelta entre el puerto de Salina Cruz y Bahía la Ventosa, el faro de Cortés.
Dos
De la geografía y la luz, el espacio.
El limón partido por mitad recibe el filo del metal para entregarse a cuartos (hay una lágrima que brota e impregna el alma). La división de la división, unidad que cabe entre los labios. Multiplicación de las piezas. Hay una música que corre en el aire, una plática acalorada. No hay más sitio para el limón partido a cuartos que el aire entre los dientes, los labios del hombre.
Luna creciente cargada de olores, recuerdos, la playa del río, la risa de una mujer que despierta a nuestro lado, el zumbar de la abeja. Enfrente, sobre la mesa de ochenta por ochenta la mosca alas verdes revolotea sobre el vaso de cerveza mientras la discusión avanza lentamente, como se vuelve del sueño; mientras un movimiento ligero de la mandíbula y labios revientan la curva tierna del agua, gajos como soles de leche generosa, la vuelta al limpio limón de los caminos repletos de recuerdos. Una mujer dice si, respuesta equivocada que enfurece a sus hermanos.
Cuartos de limón en un patio con enramada repleta de olores marinos, pescado frito con su velo de aceite, la transpiración secreta de la hoja de laurel, ajo frito; entre la luz de la tarde se cuelan los rayos del sol como tostones que rebotan en la mesa metálica color crema con círculo rojo, letras negras, pata coja, azul cielo. Corona, el círculo del agua, la huella del vaso de cristal en unja superficie que se comba. La mesa con su calza de ladrillo. La espalda recibe el sol que se cuela como una caricia, círculo de tostones, los cabellos, el piso de tierra donde se echa el perro mientras espera que los bebedores de cerveza terminen de discutir y arrojen el gargajo prieto de sal y pescado, bagazo del limón.
Ya la tarde avanza, en la cabeza del bebedor de cerveza se levanta otro patio, su hamaca, la misma mujer de los caminos, la playa del río, el silencio donde aprietan calores y mosquitos como una leyenda.

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