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sábado, septiembre 7, 2024

Las voces de la chía

Reportajes

César Rito Salinas
Madre decía no juegues agua, hablaba la lengua de uniones opositoras, el zapoteco. La palabra recupera lo no dicho, lo oculto u olvidado por la gente, lo que falta y regresa; aquel mar, mi mar, saltó como un tigre, un jaguar de la selva, bello y veloz; inesperado, rugiente. Hermoso aterrador como la mariposa en medio de la nada. ¿Puedo describir de lo no nombrado? De lo que vine a hablar aquí es de un mar mínimo, ágrafo, que no aparece en las literaturas.
El mar sin héroes, sin tiranos, poblado de olvido, mar mudo; imagina tú, Facunda, será tan grande la mudez de sus aguas, que carga por nombre estas palabras: Mar Muerto.
Sin saberlo de niño, al escuchar hablar a mi madre, inicié la traducción de una canción extranjera.
Señores del jurado: vengo a decir sobre las aguas ocultas, el mar del Golfo de Tehuantepec. ¿Sabían que sus corrientes alimentan algas cianofíceas?, pequeños organismos fotosintéticos que se alimentan de la tristeza. ¿Qué forma tenía la Tierra que en su división primera hizo que surgiera el Istmo de Tehuantepec? Un tajo en el costado, una herida. ¿Quién puede navegar el Mar Muerto y regresar a contarlo? Atravesado por lágrimas nuestro mar habita el olvido, para dar cuerpo con palabras a ese mar escribo.
“Sólo menciona palabras que puedan vencer al silencio”, dijo Onetti; Facunda, hay dos momentos en el periplo literario que nombran a nuestro mar: uno, en el viaje que realiza el poeta y banquero norteamericano Wallace Stevens; dos, en aquel viaje de regreso a Londres que hiciera Malcom Lowry, luego de su estancia en América.

Tantos postes de teléfono
erguidos
sobre el silencio.

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