César Rito Salinas
Algunos, entre los que me encuentro,
lamentan el éxito de esta disciplina
GÉRARD GENETTE, Nuevo discurso del relato
En una tarde en que regaba las plantas de mi casa descubrí que los dueños de las editoriales, en el caso de las traducciones, operan bajo el mismo principio de novedad y distancia con que mi madre hacía su dinero, “de esto no hay allá”.
El desplazamiento geográfico, la narración de la novedad como el modo de hacerse de una economía.
Mi madre contribuyó a la circulación de la moda en el pueblo; ella comercializaba de casa en casa, a crédito –la nación es extensa, la moda tarda años en llegar a los pueblos de provincia y la gente sólo confía su vestimenta a personas conocidas (en la novedad hay una idea ligada al ridículo y la vergüenza; filiación).
“De esto no hay allá”, dijo mi madre y se perdió entre los cerros de ropa a bajo precio que se amontonaban fuera de las tiendas de la calle Moneda.
Mi hermana fue tras ella.
Fue a la ciudad a hacer sus estudios de educación media porque en el pueblo no habían abierto las puertas de la preparatoria.
A la ciudad en primer lugar fue mi hermano mayor a estudiar programación bancaria, lo siguieron los otros hermanos, yo me quedé a cuidar a mi madre; fui a la escuela Técnica Pesquera.
Pero me pierdo, esta historia trata de los grupos editoriales y las traducciones, la novedad, que hacen circular nuevos títulos en el país.
Mi madre fue bien recibida por las mujeres del pueblo, representaba moda y crédito, confianza y actualidad; vigencia. El miembro conocido de un grupo que trae al pueblo modelos -ropa, vestidos, faldas, blusas-, desconocidos. Mi madre era conocida por las madres de las chicas. Y mi abuela conoció a las abuelas de las compradoras. “Conocí a Hilaria, tu abuela, fue mi amiga, una hermosa mujer blanca”, me dijo una anciana en una fiesta.
Así los grupos editoriales, sus propietarios operan por geografía y novedad para incidir en el gusto de los lectores. Establecen relaciones simples, generacionales. Un joven conoce a un hombre viejo por la amistad que lleva con el hijo de éste, así crece la empresa. Con el principio: “De esto no hay allá” los viejos buscan y encuentran autores en el extranjero para su traducción y publicación; a bajo costo –la novedad no tiene valor- hacen circular novelistas del mundo; los jóvenes leen a su vez la obra de autores traducidos, sus temas, y escriben (no hay lector que no quiera transformarse en autor).
Así se van dando los nombres de lo que después conoceremos como literatura nacional. De todo esto me di cuenta una tarde en que regaba las plantas de mi casa en la ciudad de Oaxaca, a las faldas de Monte Albán.
En las noches mi madre escuchaba la radionovela, Chucho el roto.
La vi llorar no pocas veces por las penas que enfrentaba el bandolero. Yo era su hijo último, siempre estaba con ella. Mi madre lloraba por el encarcelamiento en San Juan de Ulúa del personaje; de niño imaginé la fortaleza, el mar embravecido, la espuma blanca repleta de voraces cangrejos que, vigilantes, levantaban sus tenazas. En la infancia se me grabó ese nombre, San Juan de Ulúa.
Yo no sabía, cuando crecí, por qué me significaba tanto el nombre de aquel presidio.
A mis hijos los llevé a Veracruz de vacaciones, fuimos a San Juan de Ulúa. Sin saberlo, con aquellas radionovelas mi madre me integró a cierta tradición literaria, la que nombra a los desventurados.
Hay historias que ya están en la cabeza, en el alma –yo veía a mi madre llorar por la injusticia que padecía un hombre bueno que era castigado porque regalaba dinero a los pobres-; cuando adquirí acervo, lecturas, seguí la línea de las preferencias primeras; la de los sentimientos, cierta solidaridad opositora.
Así tengo dos cosas del mundo legadas por mi madre: la idea de novedad, lo que identifica aquello que no existe en el pueblo y con ello puede logar hacer la vida, algún dinero; y esta preferencia por las escenas de los desventurados, la tradición literaria.
Lo que me llevó a ciertas lecturas, autores, relaciones de sentido múltiples y complicadas entre lecturas; literaturas lejanas. Y a consumir con otros ojos la literatura traducida que circulan por el país que, al final de cuentas, hacen el modo de leer, de vincular las páginas con la experiencia descolocada del lenguaje.
Así se forma la literatura, por relaciones profundas indistinguibles que se imbrican con la sensibilidad de los lectores, que forman lo que llamamos textos propios, los autores; los mismos que al final de cuentas también aspiran a integrarse al canon de la literatura nacional (el gusto literario).