César Rito Salinas
Como una novela de Lobo Antunes.
El calor detiene al aire que se escurre por la frente y los cabellos, las mejillas y el pecho, la entrepierna.
El aguacero pasó dejando a la bahía sumergida en este hervor de perol de frijoles, de comida para el perro o sopa de corbatita. Los truenos y los relámpagos acechan desde las aguas del océano.
En tierra firme canta Sabina: Sin mi compadre Luis Eduardo yo no pasaba por aquí. En tierra firme nada se mueve a no ser por el sonido que producen los autos insomnes que pasan por la carretera y el ruido que producen las aspas del ventilador en su intento por remover los calores del alma, los recuerdos.
Y la humedad que penetra hasta la conciencia en esta habitación de los recuerdos. El ruido de los autos que pasan allá arriba, en la carretera, y el salitre que entra y llega y se instalan en los labios.
No hago otra cosa que pensar en ti, gime Sabina en la noche después del aguacero que es como escuchar los cantos de un tal Serrat, tal vez Tarres, en una tarde limpia que anuncia una noche con cielo estrellado a lo Neruda.
Pesa el aire removido en el recuerdo por el ruido obsceno que producen las aspas del ventilador que giran sin descanso en ese techo que oprime el alma del desesperado en esta habitación de burdel, en medio de una acampada militar.
La lluvia pasa y deja al cuerpo ensopado en sus recuerdos y al puerto puesto en baño María en una nube de mosquitos; y la mano insaciable que busca en la oscuridad la comba generosa y protectora de una cadera de mujer, verdadero cielo protector, pero sólo se topa con el frío acero del bolígrafo y las tapas duras del cuaderno.
Bulevar del mal vivir, también llamado de los sueños rotos, dice Sabina. El cuaderno se abre como fosa que recibe a su muerto fresco, tierra húmeda, raíces partidas a mitad, escarabajos de la putrefacción exhibidos a plena luz del día, en tanto que en las hojas blancas van quedando estas letras como hilera de hormigas arrieras que hacen engordar sus agujeros, el nido, con la carga de lo mínimo mientras las olas y el mundo revientan en la salinidad inmensa de Playa Marinero.
Un submundo de yonkis y de busconas, dice Sabina.
A lo Antonio Lobo Antunes, que digo.
Y a esperar que la vida pase mientras una voluntad superior, el recuerdo, el aguacero, la ausencia, el desamor, dirige nuestra existencia como si condujera en forma demente un auto que pasa y nos alumbra la personita que mora en nosotros en estas horas de calor y recuerdos que nos empapan hasta los huesos.