Cuantas ilusiones se aniquilaron en el roquedal de Agua Blanca, los sueños se dispersaron confundidos entre las patas anquilosadas de los cangrejos peñasqueros casi ingrávidos, siempre rígidos.
Lord Cántaro anduvo buscando un puntal para reemplazar una pata del tripié que soporta su habitáculo magnífico. Le resultaba urgente, porque en él había inscrito la leyenda: “propiedad de la nación”, excusa que ni él mismo se creía, pero que contó para aparecer así, en los anales de la conquista del mundo.
Tarareo la letra de “Niño silvestre” de Serrat, y la brisa me moja el rostro con su surada arenosa; pienso en esas criaturas que” rondan la calle, mientras el día las ronde, y por las noches se esconden para que no los maten”.
Porque a Lord Cántaro se le quiere y resulta inexplicable para uno que pijas hace en el concierto de los malditos, incluidos ahí los juniors caguengues y los líderes del hurto y del oprobio. En fin, que coma cuita Lord Cántaro, en tanto no resuelva la reposición del elemento del tripié que lo pone en riesgo de provocarse una catástrofe con su olla volcada y sus chamarros mugrosos sirviéndole de cuna a los perros.
He hecho hasta lo imposible por lograr que Agua Blanca entre a la desmemoria, sin ver jamás cumplido mi propósito. La recorro de palmo a palmo ordenándole que acate mi voluntad, y todo esfuerzo me resulta inútil. ¡Ay, Agua Blanca, amantillo de luna, cairel del silencio, ¿a dónde se fueron tus días prodigiosos, tus noches de miel escurriendo?
Por fin logró Lord Cántaro hacerse de un polín sin pulir en el aserradero de la Guardado. Estuvo a la espía desde un montículo que precede al plan donde se encuentra el aserradero. Cuando se dio cuenta que los faeneros habían descuidado el almacén de los polines, corrió con su forma característica de hacerlo arrastrando la pieza, el doble de grande que él, y pudo sustraerla a trompicones y resbaladas, hasta llevarla al Llano de los coyotes, en donde lo esperaba la empresa de reparar el tripié de su olla berenjenera.
Hoy regresé a Agua Bianca y busqué vestigios de ti en el abanico de las palmeras, en la planicie de un territorio también a punto de perderse. Encontré nada. La vida da muchas vueltas y el mundo iluso y perfecto de mi vida contigo, fue a dar muy lejos de aquí en la turbonada de los años negados a la dicha. Agua Blanca amanece cada día sin nosotros, y los niños prodigiosos de la ribera se despiertan a vender compotas de optimismo desde muy temprano. Amo a esos niños, así como a los “niños silvestres” que Serrat reivindica en su canción más elocuente. Desafortunadamente, ninguno fue procreado por nosotros, pues nuestra afición por procrearlos se despilfarró en la rompiente de Agua Blanca, el día menos pensado, por la causa menos esperada.
Lord Cántaro habilita, no sin pena y trabajo, el tripié de su habitáculo; al no contar con un serrucho para cortarlo a la medida, optó por dejar la saliente apuntando hacia el cardinal naciente del horizonte solar. Aún se dio tiempo para atar un mechón de la burda cabellera que ostenta, sin que se sepa por qué. Como última consideración para con su emporio de bajeza, pinto sobre una de las caras de la saliente, con carbón mojado en agua, un lema que dictaba lo siguiente: “propiedad del demonio, no borrar proclama para pintar anuncios”.
Fernando Amaya