César Rito Salinas
Tu flauta sonaba sobre el mundo silencioso
Anna Ajmátova, A Fedor sologub
Reviso papeles, archivos, páginas y páginas de letras -diciembre tiene abrigo oscuro, el conocido sabor del recuento.
Escribo como si armara contornos, figuras de lo que soy y se me olvida.
La escritura me lleva a hundir las manos en el polvo, a sentir la sustancia sin peso, presente, casi sin aroma.
El recuento habita el instante, si buscas tu escritura en tu pasado sólo encontrarás polvo. Si la buscas en el futuro, tocarás hielo, el vacío.
Habitar la ciudad de esta forma es andar por las calles con una bolsita de tristeza metida en la bolsa de la camisa, imperceptible y olorosa.
Acá vamos, hago la vida entre todos porque así lo requiere esta escritura que me habita ligera de equipaje, esa condición sin fortuna que la hace andar ligero siempre ligero, sin callo en las manos ni en los ojos, atenta a lo nuevo, inesperado.
¿De dónde viene esto? Este anhelo de pretender el frío.
No lo sé, soy de las tierras calientes que se abren frente al Pacífico mexicano, en el Istmo de Tehuantepec.
No me interesa saberlo.
Porque ya no hay más tiempo que para levantar las preguntas del tembloroso presentas. Del tiempo que corre frente a tus ojos como agua o arena -o viento quizás- que se escurre entre tus manos cual ácidas monedas.
Así me encuentra este diciembre.
Sin arbolito de navidad y sin historias -convencido que ya no se requieren más anécdotas para elaborar historias.
Convencido que el arte de escribir está en seguir el rito de las letras, una tras otra, esa marcha sin sentido.
Porque ese mundo privado de las letras resulta todo el mundo, toda la sociedad, toda la política, la mejor política.
La única política es la política de las letras, las bestias insaciables.
Ese sonido marca un presente contemporáneo, la producción industrial.
Pura hambre de realidad, esa máquina de repartir injusticias.
Aquel lugar donde el sentimiento, lo humano, la fragilidad, no tiene cabida porque solo existe lo otro, lo otro y lo otro más.
La suma de páginas.
Hay cierta inocencia superior, pura, cristalina como arroyo del campo, en el anhelo que busca la materia en producción sin principio ni final.
Porque eso tiene este diciembre, cierto gusto del desertor, parece que se instala como si en todos los días del año, sus meses y las semanas, sus horas, parecieran solo diciembre.
La escritura, el sitio puro imaginario.
De archivo en archivo.
Nunca más, le dijo el cuervo a Poe.
De recuento en recuento.
De la serie de ejercicios, letra tras letra, como si se produjera una taza o una maceta que se repite con pequeñas variantes.
Terquedad que insiste en la forma con cambios ligeros.
Donde lo humano está mal visto.
Donde la producción, pedales, palancas, botones, resortes,. secciones de secciones de secciones que forman el conjunto.
Que suman, restan mientras el obrero que realiza la serie mantiene un trapo junto al escritorio donde cada noche, si termina la jornada, se echa por unas horas.
Con otra mesita al lado donde come y bebe, toma sus alimentos.
Porque aquel que persigue sonidos no tiene vida.
Solo se alimenta de aire, puro aire.
Como si permaneciera aún junto al conjunto musical que ameniza la fiesta en el atrio de la iílesia de Santa María, allá, en Tehuantepec, en el barrio, aquella fiesta titular, la celebración de agosto -a mediados- por la Asunción de la virgen.
Y llego a la máquina un diciembre, cuando sabía fiesta y a los niños nos llevaban a comprar la ropa nueva, zapatos bostonianos marca Canadá.
Así llegó diciembre, que es decir el trabajo, la libertad del trabajo, la fiesta, cierto gozo del olor a zapatos nuevos de estreno que brota de la máquina de las letras, el trasto.