César Rito Salinas
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Cuatro
“Hablan porque tienen boca”, en la calle pasan policías, gente del gobierno, del ejército, regalan cosas, agua, galletas. Yo agarro lo que me dan, digo que tengo mi abuela enferma, la madre paralítica. La gente me da cosas porque creen que las niñas no dicen mentiras.
“Hablan porque tienen boca”, dice mi madre y me recuerda que lo que pasa en la calle pertenece a la calle; “en casa cierra bien tu puerta”, me dijo.
Mi madre regresa de sus viajes con dinero, trae cosas para la casa, comida, una mesa, un ventilador. Un día Na’ Talia, la vecina preguntó por qué nos dejaba solos, por qué nos abandonaba.
“Son hijos, no son pendejos”, dijo y cerró la puerta.
“Hablan porque tienen boca”, ¿no será que eso se dice a las personas que son envidiosas? La envidia es una costra que brota en el brazo, y se extiende.
Ella sabe que yo me quedó con mis hermanos, que busco comida, no soy pendeja, pido fiado; ella pasa a pagar cuando vuelve, llega y entra a la tienda de don Arturo con una sonrisa y dice alegre al tendero “vengo a ponerme a mano”.
Me gusta cuando ella pasa a cubrir la cuenta, lo hace con una sonrisa, agita su cabello crespo, largo y bonito, repite “a mano” con los ojos muy abiertos.