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viernes, noviembre 22, 2024

Los Guichas

Reportajes

César Rito Salinas

El domingo las campanas llamaron a misa de siete de la tarde en la iglesia del ex Marquesado, en Panorámica del Fortín, al pie de la estatua de Juárez, supe a esa hora que a los dioses hay que dejarlos en paz, que jamás habrá que llamar a su puerta.

Hasta el escritorio llegó el olor de la caja de Alejo, tuve que interrumpir el trabajo y me puse a limpiar su porquería (en esta vida los afectos tienen un precio).

La tarde del domingo pasó entre llamados a misa y labores en casa, siempre hay que recoger la ropa, bañar al gato, lavar la ropa.

Fer Amaya envió material, en comentario aparte, pide que lo pongan en Cultura y no en Política -por un momento interpreté el mensaje como que Fer Amaya pedía espacio para levantar a la Secretaría de Cultura en lugar de Víctor Cata; lo que no estaría mal, me dije en mis pensamientos, pero luego recobré la vertical, interpreté correctamente, se refería a la posición en la página del informativo.

En la hora del extravío habrá que andar pila, bien pila.

Por la tarde, también, pude ver un video con la imagen de Salomón y el gobernador de Veracruz, los dos mandatarios en la entrepuerta del tren transístmico, amenazados por la calvicie, con los cabellos -escasos- agitados por el viento que corre en el Istmo de Tehuantepec.

El relato a bordo del tren de la historia

Con las letras estoy pila, bien pila, ateto a las  voces que asoman en la calle..

El ojo del perro brilla en la taquería de la esquina del Carmen Alto, forma el relato de contra esquina.

Quien relata mira, hace esquina.

En esta hora del hambre y el desvelo algo acecha, quizá las cosas de este mundo tienen como principio ser narradas por el observador que no distingue en la oscuridad la diferencia entre el atrio de la iglesia y la cantina.

Podría ser una lluvia de estrellas, el lucero de la mañana o una golpiza sobre la espalda. Esta es la hora del alma cansada, la hora en que el cuerpo pide alimento, taco.

En la hora del hambre cuando el cuerpo se revela en su condición de perro.

Tiempo en que las ratas asoman el hocico sobre insomne banqueta mientras los ebrios aúllan a la noche, lanzan dentelladas al mezcal y culpan a todos por su mala estrella –a la mujer, al desconocido que pasa, a los amigos, al gobierno.

“Muera el mal gobierno” se lee en los muros de la ciudad a esa hora de la locura.

En la oscura calle brilla verde la taquería, su luz desnuda.

El olor del mezcal baila en la calle; transparente, la cebolla y el cuchillo se dicen cosas en secreto.

La luz existe en el aire frío que baja del cerro y muerde la carne, la ropa, las axilas.

La risa blanca de los cristales lame las puertas de la iglesia, juega a las escondidas con el viento.

La música suena en la cantina.

Los ebrios pelean, son figuras de lotería, muñecos de plástico rellenos de plomo.

Los ebrios bailan en la calle un valse que todos creyeron olvidado.

El viento en la noche de la borrachera mueve las cartas del juego entre estatuas y zaguanes. Los ebrios son barro cargado con listones azules, se agitan como sombras al aire.

Las calles que inician en el muro de una iglesia traen mala suerte. El ojo del perro brilla en la taquería del Carmen Alto.

Alguien dijo de un ferrocarril, del tren de Porfirio Díaz.

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