César Rito Salinas
El que escribe cuentos crece ante el dolor, habita el infierno muy juntito al Diablo; en esta creencia, se acerca a las bestias, los manubrios torcidos, las escopetas por disparar; los caminos traen curvas y precipicios.
El que escribe debe ser hombre de sus demonios y domador de sus instintos. Sólo así se logra conservar la existencia y contar la historia, dando por su lado al mal.
Con estos tipos, los demonios, no hay tiempo pasado ni presente; no hay tiempo. Montan sobre su capricho a la hora en que mejor les viene en gana y se salen con la suya.
Y su capricho es el cuerpo del mortal, el que pretende escribir un cuento; puede ser que pierda en el intento la salud del cuerpo y el alma.
La noche del domingo, cuando el cuerpo se prepara para armar proyectos que pretende poner en marcha al día siguiente, por la mañana, muy temprano, cuando aparezca el motivo para el cuento, surgen las ronchas en el rostro.. Pobre del lunes, nunca llega. Si, uno, muy mortal y propio de sus responsabilidades que planea la vida, dice escribir; el que escribe, lo afirmo, resulta el mendigo que clama por una limosna de tiempo. No hay tiempo para planear, cuanto te aborda un cuento. Y llega el demonio de la narración y te agarra a la hora de cagar, antes de acostarte en tu cama y te dice mientas cagas:
– Qué rico es que una mujer te ponga de cuatro en la cama, mientras miras la escopeta que cuelga en el muro y ella, emocionada, mete su poderosa lengua en tu culo.
– Si.
– Qué rico es olvidar la historia, la escopeta y la luna y centrarte en la lengua.
– Si.
Puras desventuras saco por darle cursos de creación literaria a los estudiantes de la colonia. Puro tiempo perdido que me dejan malas ideas sobre cómo refutar en una historia el mito fundacional que nos legaron los grandes autores.
¿Quién decide abrir una historia con una narración donde te envían al carajo? A ver, diligentes caballeros, tiren la primera piedra. Hablen. O callen, digan el principio de toda estructura narrativa (la escritura vista como la evacuación necesaria).
El ojo que registra los hechos, muy abierto en la esquina. Para escribir grandes parrafadas será necesario contar con un buen asiento, uno que resista las horas de trabajo sentado frente al escritorio.
Una silla que sepa lo bello de transpirar. sentado, que lo goce.
Si el autor ya tiene esa silla el mundo termina.
– Te amo -dijo ella.