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jueves, noviembre 14, 2024

Los novelistas

Reportajes

César Rito Salinas

Robert Louis Stevenson, escribió esta imagen en un poema sobre su oficio de novelista “para jugar en casa como un niño con papel”.
Intentaré ir del poema a la prosa.
Contar, narrar es imposible.
Nada hay más lejos que inventar.
En el momento de llevar los hechos de la imaginación
o de la realidad al lenguaje escrito se le contamina.
Lo narrado queda al libre albedrío del relator-lector,
el punto de vista.
Nos adentra en el mundo del adjetivo, territorio de interpretación.

Dos
Decimos sin saber lo que decimos.
Ortografía, señores, los muertos necesitan buena presentación.
Los romanos lo supieron.
La gente se esmera por dejar un testimonio de su paso por esta vida.
La mala ortografía sobre las lápidas afecta la memoria. Las faltas ortográficas alteran la belleza de las piedras. Los canteros son gente sencilla, sin pulir. Nada conocen de la posteridad ni de la buena escritura. Sólo saben del mazo y el cincel, las razones obvias del golpe de sus manos sobre la piedra. Pican la piedra con faltas ortográficas. Ahí es donde entro en toda esta historia de la posteridad, la piedra y la belleza de las palabras bien escritas. Nadie paga porque un bruto escriba mal su nombre.
La letrina va conmigo. ¿Se imaginan el verde valle de las tumbas repletas de faltas ortográficas? No, nadie se imagina eso.
Todos los muertos requieren la buena letra. Las faltas ortográficas niegan a Dios, anulan el juicio del Juicio Final, la resurrección de los muertos, la Gloria eterna. Lo sabe la iglesia, lo sabe el gobierno, lo sabe el ejército y la policía. La buena letra existe. La gente sencilla es de letra equivocada. Con las faltas ortográficas sobre las sepulturas nadie podría entrar a la posteridad. Para eso aquí me tienen, para corregir los enredos de los demás.
Puedo afirmar que gasto mis ojos y mi sueño para allanar los caminos a la Gloria.
Hablo en serio.
Soy el encargado de escribir bien el nombre de la muerte. En la madrugada hablo con las letras, me dicen un nombre, Balbina, imagino a los pobres canteros con mazo y cincel repletos de polvo de mármol que se cuela entre los dientes hasta los pulmones. Balbina, repito el nombre y la lluvia de polvo desciende a mis hombros (la imagino joven, risa fresca con la potencia en sus caderas).

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