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sábado, septiembre 7, 2024

Los perros callejeros en los pueblos de Oaxaca

Reportajes

César Rito Salinas
Tres perros, cuatro perros tirados en el camino.
Los cuerpos de los perros en el suelo forman una diagonal sobre el piso del parque.
Cuarenta y siete grados centígrados a la sombra.
Los animales inventan una figura que mengüe el calor, un signo. La diagonal forma una cicatriz, un tajo en la tierra.
En la noche, la figura que forman los perros en el piso aparece inesperadamente en el camino resulta una escritura, un lenguaje que tienes que descifrar.
En la noche el cuerpo demanda café, una bebida. Aparecen los perros en el piso del parque. El aire caliente hace recuperar el peso de las formas. Perros callejeros. Solovinos que echados que guardan distancia entre sus cuerpos cruzan el suelo, en diagonal, como señalamiento marítimo que anticipa la costa, preventiva.
Como estrellas suspendidas en un cielo que arde sin que nadie lo ire.
Como mensaje al exterior, al que vendrá.
O al que nos mira.
Los perros son sabios. De pronto parecen los peatones.
Los perros no se inmutan ante los que pasan, mantienen la posición de descanso. Perros callejeros que no obedecen la voz humana.
Los ojos cerrados como inocentes que duermen en la cuna.
Se mantienen distantes, metidos en su descanso, como estrellas brillan, pero no manifiestan deseos de que los miren.
Tirados en el piso del parque son cuerpos sin deseo que se atraviesan el camino. Piedras con las que se forma una figura que motiva la duda, el cuestionamiento. De ahí su carácter de lenguaje antiguo, lo que tienen que decir con la disposición de sus cuerpos no es del interés humano, hablan como los gestos.
Menos de su dominio. Quizá sea el lenguaje del aire caliente, al que poco o nada importamos. Quizá hablen con la oscuridad. Entrecierran los párpados puesta la cabeza en el suelo. Como cuatro santos que hablan a un Dios necio que no hace caso a las plegarias o que renuncia de su tribu.
¡Eso!, los perros con el cuerpo permanecen en una oración lanzada al aire.
Disponen el cuerpo con la temperatura del aire, con el silencio de la noche. A esas horas salí a buscar café, mi cuerpo necesitaba beber para enfrentar el silencio de la noche, la vida municipal donde todo se mueve en la lejana distancia sobre un silencio aterrador. Mientras caminaba sentía con los dedos en la bolsa de los pantalones las monedas de la compra.
La tienda mantenía encendidas sus luces rojas y amarillas sobre el muro blanco. Palabras contra el silencio. Colores para combatir el silencio y motivar el consumo, que es la forma vil de la compañía de sacar dinero mediante un intermediario, un mediador, el dinero sobre el deseo por encontrar el sitio donde refresque.
El dinero en la bolsa de los pantalones es la única compañía en la tierra del silencio, por su circunferencia que se amolda a la yema de los dedos donde se recarga toda la soledad. Sólo eran los perros echados en el piso del parque central. Como una aparición entre el silencio, la muerte.
Aparecieron con su geometría, una ecuación sobre el suelo del parque. En el suelo enrojecido donde se destacaba la cola, casi se unían cabeza con cola. Si me tomara una cinta métrica descubriría que la cifra del espacio entre ellos era la misma repetida tres veces. Uno, hay cuatro perros echados en el suelo del parque; dos, el espacio entre ellos mantiene una cifra, tres. Tres, cuatro cabezas, tres cuerpos dentro del campo visual.
Cuatro colas, tres espacios donde se extienden y casi se tocan. ¿Será una cifra que resuelva la ausencia? ¿Cuatro menos tres? ¿Será otra forma de conectarse con los otros a partir de la pérdida? ¿Lo discontinuo? ¿Lo inexacto? ¿Lo interrumpido? ¿Qué nos enseñan los perros tirados en el parque de un pueblo perdido? Nada. La cifra está en mi cabeza, cuatro es tres. Y la noche cerrada sobre nuestras cabezas. ¿Cuántos perros echados en el piso? ¿Cinco perros?
Yo los miro, y me siento perro que intenta descifrar una escritura basada en la temperatura y salinidad del aire, los elementos antiguos o de mayor tiempo sobre la tierra que el cuerpo vivo y sus espacios, la calle, el parque, una ciudad. La noche. ¿La noche es una cifra? La noche se suma a los perros, en el piso. ¿Cuántos perros somos? Las estrellas miraban la figura hecha por los perros en el piso del parque del pueblo perdido, el sitio olvidado. ¿Cuántos perros? Todos miraban a la nación.
Con los ojos de los perros pude ver la ecuación del piso caliente. Los cuatro perros buscaban un acomodo para su cuerpo en el sitio del calor, en medio del lugar adverso. Yo los contaba y hacía esta escritura, esta imagen, los perros en el suelo hacen la figura que tengo en mi cabeza desde la infancia. Los perros me enseñan a interactuar con el sitio adverso. A solucionar sin el pensamiento la soledad.
El primer elemento que destaco es su obstinada permanencia. Los perros son eternos. Con todo en contra los perros emergen. Los perros me enseñan a interactuar con el calor, el sitio adverso. La clave es simple, sumergirse en el sitio y desaparecer. Cerrar los ojos. Mantener un orden, una distancia siempre exacta entre los cuerpos. No tocar. Mantener el equilibrio de los cuerpos, no transmitirse calor. Para no incendiar el sitio.
Los perros no se tocan, se olfatean, se huelen pero no se tocan. Hacen distancia, que resulta buena acción para todo impulso de la sobrevivencia. Cuando andan en brama se montan y se desmontan, en el punto que los une alcanzan la transmisión de los fluidos, el sexo. Los perros no transpiran, babean.
El sudor les sale como escamas, costra, caspa blanca. No se tocan. Los perros no transpiran a chorros. Babean. Día de los 47 grados a la sombra, los perros se acuestan en el sitio donde pasa el viento. No se tocan. Mantienen un signo, una figura que hace que descienda la temperatura cuando el viento corre entre los cuerpos dispuestos en relevo, en escala. Cortan el viento por tramos y lo que resulta es un espacio con menor temperatura. Con el viento se comunican, lo convoca. Lo esperan.
Mientras llega el viento, el aire que remueve el calor, que aleja la enfermedad (hidrofobia) sólo entrecierran los ojos y el número que hacen con los cuerpos, la negación, la inexactitud remueve lo adverso. El sitio. Este es el lugar y no otro. El sitio es el viaje donde lo adverso resulta camino necesario. Habrá que estar dispuesto a negarse para cortar el aire.

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