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viernes, septiembre 20, 2024

Los sin sombra

Reportajes

César Rito Salinas

– Lo que quieras -dijo Mynameis.

El territorio ya tiene dueño, los borrachos llegamos primero.

El viento bajaba con fuerza de la colonia Colosia, desde la loma por donde sube el camino de la colonia Hidalgo se miraba un cielo de polvo por el rumbo de Montoya, bajé de los límites de la Margarita maya a la presidente Juárez, en San Martín. Cuando las cosas vienen mañ en la casa lo mejor será agarrar camino, que haya un loco y que no haya dos., pero Satanás ya tenía metida la cola en las horas de aquella tarde de noviembre cuando llegó el gringuito.

De tanto mezcal solo pienso en el mezcal.

Camino de madrugada, cuando me avisan para descargar camiones de cemento que llegan a las tiendas de la Central. A esa hora el rumbo más seguro de la zona está en la calle del panteón, allá por donde vive Presta Diez o te madreo.

– ¿Una o qué?

– Ai´pa la vuelta, voy a la chamba.

Presta Diez trabaja de conserje en las escuelas del rumbo, con su inasistencias lo cambia de plantel, trae palancas en el sindicato.

– Sección XXII, la única no hay dos.

Del panteón se acerca por los rumbos de doña tiña, ahí están los amores del viejo. Teresa Ruiz, te amo, se pone a gritar cuando agarra el mezcal. El otro día estaba tirado en el lote baldío de la esquina, cuando se le aparece la señora Teresa.

– ya me voy -dijo Presta diez o te madreo.

Las semanas pasan así, nada de qué sorprenderse. Un borracho grita, el Sr. Zancudo llora por su mujer, sus hijos, Margarito pelea a grito vivo con canela, la perra que lo acompaña. Los vecinos al escuchar aquellos gritos, salen, se asoman y vuelven a cerrar la puerta. Son borrachos sin quehacer, dicen y no hacen caso de aquella buya.

Se juntan en la esquina del arroyo los sin sombra, Chepil, Chencho, Perro negro, Evelio, Presta Diez o te madreo, Mish, Margarito, Poeta, Ingeniero, Guardias Presidenciales. Pura gente fina.

La gente confiada en la repetición de las cosas, así pasaron años. Una vez Mugres macheteó a Berna Perro Negro. Pero no pasó que llegara la Cruz Roja con su ruido de alarma, lo llevaron al hospital, allá se quedó en el Aurelio Valdiviezo una semana, le pusieron en el brazo un kilo de fierros y lo echaron a la calle.

Volvió a beber.

El mezcal es cabrón.

– Si llego a verlo lo mato -decía Berna Perro negro.

Pura palabrería.

Nadie se mete en problemas porque en la bebida no hay tiempo, naditita de tiempo.

A Mugres ya no se le volvió a ver. Era buen albañil, muy bueno para pegar la piedra al momento de hacer el brocal del pozo. Se paraba frente al montón de piedras que bajaban del camión de volteo y le veía la cara a cada pieza. Sin ninguna herramienta formaba el brocal de a metro de ancho, parejito.

Pero era mala cabeza para la tomada.

Las familias heredan el trabajo a sus hijos. El panadero, el herrero, el músico. El pulpo y el pulpito son músicos, arde el mundo cuando se ponen a tomar. Pulpito se pasa días, mese en la tomadera. El pulpo es más sobrio, bebe menos. Con la gente se podría formar un elenco de representación estable, juegan diversos papeles. Los que beben paran, se vuelven abstemios declarados. Los abstemios cambian, se vuelven ebrios consuetudinarios. Teporochos.

De la casa a la esquina de las piedras, de la esquina a la tiendita de doña Tina, los mismos pasos, la misma distancia. Lo bueno es que el tramo ya se conoce, así cuando te agarra el mezcal y te vuela la cabeza ya sabes regresar a casa.

Muy temprano a la mañana el arquitecto -el esposo de la enfermera- sale de su casa y deja unas monedas para la curación. La viejita de la esquina te deja alguna tortilla a cambio de que saques la basura de su patio. Doña Tina recibe a cambio de mezcal botellas de plástico, envases que ruedan por el puente del arroyo.

Monte Albán forma una cuenca que llega al Atoyac, junta a las colonias Monte Albán, Moctezuma, Colosio, Presidente Juárez, Margarita Maza primera y segunda sección, Hidalgo, Pintores, Emiliano Zapata. La agencia municipal de San Martín colinda con San Juanito y Montoya.

Denme una razón para ceder el territorio de la ebriedad, si llego a perderlo ya no sabría regresar a casa.

Un día la mujer de Jorobadito -cansada de pura borrachera del marido- lo amarró al tanque de gas de treinta kilos, le echó cadena y candado. Cerro con doble llave la puerta de su cuarto. Y se fue a trabajar. Por el puente del arroyo se vio a un hombre con un tanque de gas al hombro, la cadena dentro de la camisa, el candado pegado a su cuello.

Esa tarde Jorobadito perdió el tanque, la cadena y el candado, se quedó dormido en la banqueta, pero ganó su libertad. 

Los borrachos de mezcal somos gente de rutinas fijas, de espacios definidos, de clan y territorio.

A sus calles no entra ni la policía ni el ejército, pero los políticos en temporada de elecciones municipales envían a sus representantes a negociar el voto masivo de la población, intercambian sentencias judiciales por sufragios.    

Cuando se reúne la mancha de borrachos en el puente del arroyo, aquello parece mayordomía. Se gastan hasta quinientos pesos de puro mezcal. Se pasan,

Grito y alegadera mañana de tarde y madrugada.

La gente no podía dormir.

Los vecinos se quejaron con la agente municipal, enviaron un documento firmado por muchos ciudadanos. La autoridad tuvo que tomar una medida que rompió el orden natural de las cosas, mandó a la policía a recoger a los borrachos. Logró dispersarlos, pero pagó caras consecuencias.

¿Para qué queremos armas? Si defendemos con nuestros cuerpos el espacio donde bebemos,

Al no haber gente de confianza que cuidara las calles las veinticuatro horas del día, entraron los malos. Gente de camioneta y pistola. Una tarde fueron a la calle del taxista, su hermana vende mezcal, dejaron como cinco finados. Puro balazo de metralleta.

La policía no pudo llega ni a levantar a los muertos. No pudo o no quiso, de la agente municipal ni sus luces.

Las calles se quedaron vacías, sin sombra.

De vez en vez, alguna noche, se escuchan los disparos. La gente se persigna, eleva una oración y atranca su puerta, cierra las ventanas.

En la esquina del lote baldío se conservan los hábitos de la borrachera, puro teporocho viejo de San Martín. Acuden a las piedras desde las tres de la mañana para curar la resaca, son gente fiel de las colonias, no se mueven ni a balazos.

– ¿La vas a armar? -dijo Mugres.

Y Mynameis se fue de largo, le sacó al parche.

Esto nadie me lo contó, yo lo miré con mis propios ojos.

El sol está perro.

¿No traes un diez que me alivianes?      

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