Prevalecía el entusiasmo en la Secundaria Pesquera porque ese año se iban a realizar en ella los eventos deportivos de Zona y más tarde los de Región.
Empezó temprano la selección de quienes representarían al plantel pues, en su condición de escuela sede, tuvieron pase directo.
Empezaron también los entrenamientos a veces molestosos por aquello de repetir innumerables veces la rutina. Por ejemplo, Steck no soportó la dureza de correr primero doscientos metros y después cuatrocientos, en un arrebato de hartazgo le dijo a su maestro que dejara de estar chingando, que el solo correría los doscientos.
Tapia tomó como jornada de entrenamiento el andar practicando marcha a todas horas, caminando como cangrejo espantado. De tal suerte que si llegabas a la Pesquera en horas nocturnas, te ibas a topar con Tapia que no desistía en su empeño de mejorar la marca para ganar los dos kilómetros de marcha sin que nadie le hiciera competencia.
A Panza lo pusieron a tirar la jabalina en el razonamiento de que, siendo el un joven de monte adentro, aún conservaba la agilidad que gastaba matando venados con una jabalina. Los asesores casuales mandaron al chico más choncho a tirar el peso, y en tanto llegara el reglamentario, lo hizo con una piedra de río, esmerada y lustrosa.
Con respecto a los corredores de velocidad, aunque hoy parezca mito, el que más destacó fue Tamaro. “Mira cómo se “encabuza” para correr dijo un porteño, “parece marlin o pez vela, a Tamaro no lo alcanza ni la pena, verdad de quien”. Y así se le veía a Tamaro en el campo de fútbol del lugar, a puro pie, aventajando a todos sus compañeros que finalmente se convencieron de que el que iba a representar a la Escuela en cien metros planos, pues era Tamaro, sin objeción ni discusión alguna. Y nuestro hirsuto personaje, al igual que Tapia y Steck, corría y corría como para estar en forma para los días de la competencia.
Regularmente nuestros mozalbetes hacían condición sin calzarse, o portando tenis sin perfil estrictamente deportivo. A Tamaro nunca lo vimos ponerse tenis o huaraches o chanclas, y se atrevió a decir que el solo se calzaría con spikes como corresponde a quien ya tiene ganada la competencia. Pero los spikes llegaron un día antes de la carrera de Tamaro, y no fue capaz de por lo menos sacarlos de la caja para cerciorarse cómo eran y que en particular tenían.
El caso es que Tamaro llegó con la caja aún sellada y, a escasos minutos de iniciar la carrera, no si pasar trabajos, embutió sus pies ripiosos en los famosos spikes, y ahí tienen que, en los primerísimos pasos, Tamaro quedó sembrado sobre el carril que le asignaron, pues las púas de los spikes no lo dejaron seguir adelante.
Los responsables de la disciplina se miraban consternados, y Tamaro pasó a ser aquel soldado que con el mejor armamento terminó dándole batalla a las liebres orejonas del sitio.
Como habrán de saber, al Tamaro lo descalificaron y lo mandaron a colocar sus spikes en un lugar donde, la próxima vez, no se le olvidara que el entrenamiento, al revés que la polaca, tiene sus cuestiones de fondo más que de forma.
Fer Amaya