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domingo, diciembre 22, 2024

Malcolm Lowry discurso frente a catedral

Reportajes

César Rito Salinas
Por aquí pasó el miedo. Leo, subrayo, escribo. ¿Soy el mismo quien hace las tres operaciones?
El que subraya la página del libro es un muerto. El que lee un desesperado, un perseguido que busca llenar el hueco causado por la angustia. Escribo con un cabo de lápiz que calza muy bien entre mi pulgar y el índice. Mientras escribo soy aire para llenar mis pulmones. Jalo al máximo. Retengo y escribo. ¿Cuál será la capacidad de mis alvéolos para producir el oxígeno requerido por mi cuerpo para terminar de escribir la frase? El aire retenido aporta el suficiente oxígeno mientras escribo.
Hago la prueba y echo a volar el párrafo mientras retengo el aire en los pulmones. En un primer momento me mantengo tranquilo, el cerebro elabora la oración sin prisa. Alcanzo a distinguir entre lo que escribo y mi acervo de lo leído, sigo un ritmo alimentado por suficiente oxígeno.
Hay un camino donde se orienta mi voz entre lo ya dicho y lo que tengo que decir, un orden interior. Aunque, debo reconocer que en este camino se distingue que ya lo abordaron otros, se ven rastros, huellas. No soy explorador, abordo el camino que ya anduvieron otros.
Al momento en que mi cuerpo registra la falta de oxígeno en la sangre, el cerebro se apresura (ya no distingue bien a bien referencias, sólo quiere terminar la oración iniciada); en ese sentido podría decir que es mi carencia lo único que aporto a este camino ya andado por otros para alcanzar a expresar la idea.
Llego al punto final y suelto todo el aire retenido. El que escribe es un muerto que regresa a recoger sus pasos; un recién nacido que aprende a respirar luego de tener una vida amniótica. Alguien que desconoce el presente, alguien inútil que sólo satisface su necesidad de aire. Escribo, leo, subrayo.
Son dos los muertos que hacen la operación de leer y escribir. El que escribe es un recién nacido que ya a sus escasos instantes de vida enfrenta una enfermedad profesional, sólo sabe seguir adelante, ser necio.
¿Hasta dónde llega el punto final? Para el que escribe, resulta la esquina de la calle; para el que lee, no significa gran cosa.
La prosa es aérea, requiere de todo el aire para llegar al punto final. Leo, escribo, subrayo tendido en la cama. La posición resulta incómoda, soy atacado por calambres que llegan de la punta de los pies a la espalda.
¿Qué oficio es este de escribir? Verdugo y víctima, el oficio de la circulación de la sangre. Un asunto de proporciones de oxígeno, contener la respiración, retener el aire en los pulmones hasta expresar la idea.
La escritura llega con tachaduras y enmendaduras, todo va a la cuenta de la cantidad de oxígeno que se guarda en la sangre. La escritura como una acumulación bancaria del aire. La escritura como la única realidad, la del oxígeno en la sangre más allá de los estados de ánimo, de tristeza o ansiedad; dicha.
La escritura como una diligencia que corre tratando de alcanzar el aire para satisfacer la demanda de los pulmones mientras el hombre que empuña el lápiz se pone morado entre la idea, la letra y el oxígeno.

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