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lunes, septiembre 16, 2024

Mientras canta Elis Regina escribo

Reportajes

César Rito Salinas

Aprendí de los músicos a trabajar los domingos; de los diaristas, a sacar historias y apurarlas mientras la música invade en el espacio hasta hacerlas visibles llueva, truene o relampaguee.

La tarde trajo un sonido de guitarra eléctrica, sacudidas. Música de las esferas. Puedo escribir estrellas, galope de oscuros caballos, bestias; laudes y sus repeticiones.

Con viva curiosidad descubro que las sombras tienen alma, radica en cada ciclo de repetición. Se gobiernan por sí solas. La tarde trae una canción conocida que viene de las alturas cargada de trayectorias que huyen, se desdoblan por la ciudad de las nubes; tras el aire voy. Entre los dedos crece el frío, torrenciales aguaceros.

Las mañanas de sol hacen atmósferas de lejanía, el frío genera sentimientos de nostalgia para el que se atreve a recorrer los parajes del abandono. La localidad expulsora de migrantes conocida como “paso de brujas” despierta al tañer de la campana que llama a clases en la escuela telesecundaria. Desde la loma miro la calle mientras el sol cuelga de la cañada, como la corbata del moribundo. Por la tarde cordiales niños, jóvenes y ancianas, viejos, ofrecen el saludo; brota el humo, bajo la techumbre de zinc mujeres y hombres se apiñan sobre pisos de rústico cemento, entre rojas paredes de adobe.

– Se fueron las historias, nos dejaron el frío -dijo don Cirino, el dueño de la única tienda en la calle principal.

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En domingo la samba no suena mal, alegra el ánimo, logra que mejore el tiempo de perros; escribo.

La pareja caminó rumbo a la colonia Emiliano Zapata, municipio de Zaachila, antigua sede del reinado zapoteca.

– Iluminado como una pintura –dijo la chica y levantó la mirada hacia los cerros que se distinguían entre el anaranjado y el rojo del cielo; disparó su cámara fotográfica.

Volvió la cámara a su pecho.

– Apúrate –dijo el hombre que la acompañaba-, la carreta nos llenará de polvo.

El poeta chileno Álvaro Ruiz, a su paso por los Valles Centrales, calificó de “ciudad antiestrés” a la Verde Antequera.

– ¿Habrá taller?

– Sí, tendremos taller.

La biblioteca del IAGO-Juárez programó para el sábado la segunda sesión de lecturas Carver; la institución, ante la falta de lectores, propuso lecturas en colectivo. El hombre entró a la biblioteca antes de las once de la mañana. En la mesa esperaban diez tantos de fotocopias, el cuento de Carver Diles a las mujeres que nos vamos. El olor a pastilla desinfectante inundó el ambiente.

La gente llegó poco a poco.

La luz carga destellos a veces imperceptibles.

Arreció el calor, pero Berna no se desprendía de su chamarra.

– ¿Qué esperanza te queda en la vida?

– Que tenga fuerza para dejar de beber -dijo.

Sobre las palabras de Berna, sus palabras: Sólo hay tres cosas que ofrecer a las mujeres, amarlas, amarlas, amarlas. Las palabras caen, rebotan, se alejan del lote baldío. La botella de mezcal corre de izquierda a derecha, nadie puede explicar por qué los ebrios conservan ese orden al momento de compartir su trago.

– Lo demás será cosa de la suerte, que no está en tu mano el remediarla -dijo Berna.

Pidió permiso para dar un trago largo de mezcal. ¿Se puede conservar la esperanza en tiempos de emergencia? -preguntó parado junto a las piedras.

– De la muerte no puedo adelantar algo -dijo Berna.

Por la calle corrían bicicletas. Ante la emergencia, los ebrios cargaban en los bolsillos preguntas.

– Toda la vida fui borracho, conservo esperanzas de que un día deje de serlo -dijo Berna.

Sus palabras ocuparon el aire de la mañana, bajo el aguacatal.

Berna dijo ámala siempre; recostó la cabeza lejos de los rayos del sol y se puso a roncar.

 En la biblioteca nadie habla, tampoco sonríen. Los asistentes a taller permanecen en espera de lo peor; esconden la mirada, cuchichean. 

– Vamos a leer de manera conjunta.

Se lee bajo la figura del préstamo; el tiempo de los libros no pertenece a los lectores; bien mirado, el lenguaje en los libros advierte que nada pertenece al lector.

Los lectores cargan en el bolsillo las ganas de gritar; alguien comenzó a leer, le siguió otro y otro más.

La gente llegó a la mesa de lectura en silencio, en silencio escogen su silla; se sientan en silencio. En silencio ponen toda su atención al vacío.

Tal vez en la cabeza carguen ideas propias, pero callan; distantes, recelosos. Los lectores temen decir sus propias opiniones.

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