César Rito Salinas
Martes, semana cuesta arriba. Tengo lecturas pendientes, hartas. Concluí el proyecto de novela. Las joras pasan así, suena Satchmo a la trompeta (Satchmo in Eaest Berlin, March 29, 1965). concluí este día la novela de 134 páginas, tengo dos entrevistas de pintores por solucionar. Hay trabajo y pierdo el tiempo, hago la entrega para el portal de noticias. ¿Por qué siento que no encajo?
Quien lee y escribe es digno de desconfianza, dedica sus horas a algo diferente a aquello que realizan sus vecinos -por eso la percepción de no encajar en la comunidad.
La cabeza pesa, cae sobre los hombros que se sostienen sobre la cuarta y quinta vértebras, que cargan una vieja lesión –cargaba una mochila con libros, una tarde de aguacero al salir de Radio Educación, de una entrevista con Rafael Catana, resbalé y mio espalda golpeó contra la mochila repleta de libros.
¿Qué escribir cuando no se tienen ganas de escribir? Nada, solo escribe. Las letras son sabias, se acomodan y forman sentido -las letras vuelan sobre el lomo de las letras, infernales.
Practico una suerte de escritura automática -el cadáver exquisito-, que se atora en la voz ronca de Satcho. Me gusta esta vida, vivir sin interrupciones. Sentir el peso de mi cuerpo sobre la espalda, acomodarme en la silla. El otro día en el patio encontré el asiento de un banco del secreter que había comprado hace tiempo. Tenía las patas rotas, pero el cojín del asiento estaba bueno.
Lo instale en la silla donde trabajo, quedó que ni mandado a hacer de bien. Mi espalda dolorida agradeció el apoyo. El que escribe pasa horas sentado frente al trasto de las palabras; a veces, por varias, agarro una hoja y juego a rayar hasta que veo que surgen figuras.
Escribir será rayar hasta que aparecen las frases, oraciones cargadas de sentido.
De la lectura que tengo pendiente de hacer está Montalbetti, su genial Novela luminosa, de 2005. Montalbetti en un momento de su prologo dice, malditas las ganas que tengo de escribir. Y entonces se guía por rutinas, por sus trabajos de compromiso ya adquirido -como dar un taller de literatura por Zoom a cuatro alumnos-.
El autor uruguayo postergó una intervención quirúrgica que le extirparía la vesícula, pensó que controlaría las piedras y la infección que tanto dolor le causaban. Pero no, no logró que su cuerpo dejara de producir aquellos minerales que en su interior se solidificaban. Yo no tengo vesícula biliar, me fue extirpada en 2004, pero me defiendo. De alguna manera ya elaboré un sofisticado sistema de alimentación -ayunos.
Las lluvias que dejan las moscas me distraen al momento de escribir, interrumpen el vuelo de las palabras, me hacen perdider el ritmo que me marca con la trompeta Sachtmo. Con el tiempo se descubre que para escribir se necesitan dos cosas: respirar y evacuar el estómago. Para que no ocurran problemas como los que enfrentó Montalbetti, que yo los resumo en una mala cagada.
Los estreñidos son avarientos, que no sueltan lo que ya procesaron. Y esa materia estancada en su cuerpo se vuelve contra ellos.
El primer diálogo que sostiene el que escribe será con su cuerpo, sus necesidades. La naturaleza nos diseñó para caminar, somos bípedos, no para estar aplastados en una sila durante horas, años. Y ahí, en este diseño natural del cuerpo, es donde se originan los problemas de la escritura. Por eso escritores como Hemingway, Vargas llosa, escriben parados.
Mantener en orden las cosas del cuerpo no te vuelve escritor, te convierte en una persona sana. ¿Qué se necesita para ser escritor? Llevar una vida del carajo, arrastrar con el cigarro y el alcohol, las drogas, la parranda -lo dijo Juan García Ponce, una mala vida no te garantiza la salud, pero te permite la posibilidad de las letras.
Corre la tarde nublada del martes. Mientras dejé volar las letras encontré la forma de redactar una de las entrevistas que tengo pendiente de hacer; lo dicho, las letras vuelan sobre el lomo de las letras -solo habrá que tener el valor de dejarlas volar, libres de prejuicios.