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viernes, septiembre 20, 2024

Onetti, el apátrida

Reportajes

Alguna vez fui Larsen, nunca Díaz Grey. Proxeneta, nunca médico a la libido, ni pastor en pederastia. Larsen ahí de las “Linacero”, presumiendo mi cartera sin billetes y mi jeta invicta de golpes o malos decires. Larsen en el coloquio de la penumbra con la agitada presbicia del deseo galopante. Se llamaba “El Recreo”, o la “Ceiba”, en tiempos que beber destilados era gusto de champracos y macuarros, y que los antros eran refugio de gente mal avenida, tramposa o prostibularia. Todo suavizado con música de mariachis, o algún otro ritmo que permitiera a alguna de las meretrices prodigarnos, en abonos, la desnudez de sus ropas.

Ahí estábamos los escolares de bachillerato, mecánicos, agentes de venta y autoridades del vecindario, batiendo palmas a favor de la más espabilada damisela del lugar. Nunca hizo falta referir mi nombre completo, Larsen o E Larsen fue más que suficiente, para amanecer, en un día siguiente cualquiera, surtido de sulfamidas y treponemas.

Otros le apuestan al honor, yo no le apuesto a nada; si lees por un desliz de la fortuna esto que escribo, solo toma en cuenta que está dicho para contener el vacío que las palabras alojan a despropósito de escribirlas sin ningún propósito.

Voy a permanecer aquí donde nadie más va a permanecer, voy a agendar los tiempos de mi desmemoria en estas landas sólo pobladas por cardos y agudas espinas. El mundo se amerita a sí mismo, no quepo en su reducida pretensión de ser lar o de ser patria. Aquí con la felicidad siempre en coma, a punto de expirar, durando los escasos tres minutos que el organismo puede sobrevivir sin aire. Pero felicidad al fin, como tacto de entrepierna, como mirada fugazmente correspondida.

Cubriremos el costo en este anfiteatro de cuerpos sujetos a la morfina del deseo y la pasión. No será de otro modo, no serviría de otra manera. Larsen, redivivo como el pez dentro del agua pero pendiendo del anzuelo, como la rosa invicta en su sangre de algunas horas por el agua que moja su talle trunco. Pero nunca el hipócrita que miente para lograr felicidad. Eso nunca, jamás, nunca más.

Fer Amaya

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