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jueves, noviembre 21, 2024

Opúsculo sin ósculo

Reportajes

Cuando sabes que está por demás, puesto que es por de menos. Para reconocer la grandeza de un grande, salen sobrando estas fruslerías. Solas se demeritan y nos muestran que los meros responsables andan de fiesta y no en lo que tienen por obligación. Y es la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Oaxaca, no cualquier cosa, sino la dependencia sobre las que recaen nuestras mejores expectativas, que ante los desaciertos de todo lo demás, podríamos considerar que es lo único salvable. Al titular del Ejecutivo estatal y a su Jefe de gabinete esto les pasa por el arco del triunfo, así como el hecho de que en el Congreso Local hayan destinado la Medalla que lleva el nombre de nuestro insigne, para “huesear” con sus intérpretes preferidos. Hasta ahí, pues sabemos que Álvaro Carrillo, emulando a Machado: nunca persiguió la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres su canción.

Porque es él, nada más él, sin fútiles herencias ni émulos destacados, y nuestro mejor homenaje es escuchar la nota sensible de su verso melódico, fraseado por la espuma del regocijo o la melancolía. Así se hizo nuestro, Carrillo; no el santo, no el maestro, sino el hombre de pueblo, el mocetón que abrevó en la sapiencia de otro tayacán del canto sureño: Ismael Añorve. A ese juglar honramos, no al que nos quieren presentar los cochuperos del poder. Para nosotros la copla lisa, cogida al aire, celebrada sobre el suelo raso, abanicada con pañuelos y exclamaciones de júbilo.

El legado de Álvaro Carrillo sigue y seguirá vivo para honra de los costeños, los oaxaqueños y los mexicanos, quienes celebramos la plenilunada de su paso por estas tierras ardientes y fogosas, fragantes e insumisas. El querrá que lo sigamos cantando para la felicidad de tantos corazones que lo admiran y lo aprecian. ¿Premios, distinciones, prospectos? Nada de eso, si vive en la voz de un pueblo al que él también amó y festejó con desparpajo y de forma inusitada. Calzaremos lo dicho con las famosas coplas del otro Machado, Manuel, quien nos dejó su lección para los tiempos imperecederos, cuando Carrilo y Lara, Domínguez y Rasgado aún se sigan celebrando con el decir y la escucha, con el plañir y el silencio.

Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.
 
Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.
 
Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
 
Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.

Fernando Amaya

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