Ciro Velásquez Ruiz
Llegué a la Ciudad a los once años a terminar la primaria, pero las condiciones para un niño solitario y sin tutela tampoco eran las mejores, por eso no fue sino hasta el final de la Preparatoria que leí mis primeros libros completos, obligado por mis maestros -que tampoco tenían vocación para la lectura- y me endilgaron cosas que yo lector incipiente no entendía, ni podía gozar.
Fueron, sin embargo, amigos virtuosos -y algún maestro- los que me leyeron fragmentos de algún libro, o me citaron historias, (como ya conté), los que despertaron o redescubrieron aquella casi olvidada emoción infantil por leer.
Y desde entonces estoy ligado a esos pequeños prodigios hechos de papel y letras, desde entonces he podido gozar con ellos, ensanchar mi mundo, multiplicarlo, imaginar más, reír o llorar con ellos, quedar deslumbrado, perplejo, admirado o confundido. He descubierto en los libros la belleza, la elegancia, la inteligencia, la originalidad, la sabiduría, la profundidad y la complicidad de la palabra.
No sé si los libros me han hecho mejor, pero sí sé que me han hecho muy feliz y de múltiples maneras. Y creo entender un poco a Borges cuando dijo: «Imagino al Paraíso en forma de una gran Biblioteca».