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miércoles, septiembre 18, 2024

Paul Auster (1947-2024)

Reportajes

César Rito Salinas

¿Qué se puede esperar? El día estuvo agitado, ¿ya descansaste? Preguntó M, no, ni siquiera he probado bocado, dije.
Por la tarde había vuelto a cubrir una crónica política, de inicio de campaña municipal. Eran los días de abril previo a la temporada de aguaceros, hacía calor.
En el reproductor se escuchó la voz de Cortázar, leía un relato sobre enfermos y hospitales. Cortázar tiene ese sentido de la premonición que su voz, de vocales que se arrastran contra los dientes, nos trae asuntos de lo desconocido y vuelve con noticias del tiempo por venir., clarividente
No sé por qué escucho esto, pensé.
Pero ahí seguía, pendiente de las vocales adivinatorias.
Por la mañana de ese día M mandó mensaje, hoy traen a Canelita.
Tenía tiempo, me distraje con la difusión de un taller, con algunos documentos para ese taller de escritura y territorio. Pero el día, sus horas, estaban atoradas en la garganta.
Amanecí con infección de las amígdalas.
Debo mencionar que las “anguinas” fue las enfermedad que marcó mi niñez. No hubo clínica, hospital, profesionales de la medicina que atendieran mi mal.
-Hay que operar -dijo la voz del hombre de la bata blanca.
No alcanzo a recordar por qué nunca se hizo aquella intervención. La razón para que aquello no aconteciera la supo mi madre, que ya es finada.
Pero por la razón que fuera, aquella decisión de mi madre me expuse a la cura salvaje. El dedo medio de mi santa madre untado de Vaporrup,
No lo sé, tendría cuatro o cinco años.
Era un palo de escoba bañado en lágrimas.

  • No me muerdas, te irá peor -mi madre lera advertencia.
    El ungüento en el cielo del paladar, aquel olor a hiervas.
    La sangre.
    En cada cambio de estación era lo mismo, las “anginas”.
    Y el dedo de mi madre.
    Y mi llanto.
    Tal vez las “anginas” sean mi forma de anticipar las malas noticias, el olor de la muerte.
    M me entregó en el café a la gatita, pequeña, frágil, de uñas afiladas.
    A las 12 mandó mensaje, buenas noches.
    El malestar de las ¡anginas” noi me dejó pensar, die: escucha algo.
    Brotó Cortázar.
    Hacía calor.
    “Cuando tus manos viajan por mi pelo, buscan las canas”, dijo Cortázar.
    Temprano cenó la gatita.
    ¿Ya cenaste?, dijo M.
    No, apenas.
    No te descuides.
    Me preparé algo de fruta.
    Con las “anginas” no tenía sabor en la boca.
    Ahora lloverá, dije-.
    Y no, nada de lluvia.
    Estaba por dormir, me levanté a la máquina.
    Escuché a Cortázar, aquella expresión tan suya de la clarividencia.
    No hice caso.
    Me sentía enfermo.
    Por no dejar le eché un ojo al Face.
    Ahí, me enteré de la muerte de Paul Auster.
    Mierda, dije.
    No f8alla.
    Y la noticia se enredó con la voz de Julio, que me arrastró a los campos de la nada donde el espacio vacío aleja a la enfermedad, a las malditas “anginas”.
    Mierda, dije, no falla.
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