César Rito Salinas
Levantar la pregunta, ocuparse de prestar atención: ¿qué le pasa a Lupita?
Pérez Prado lo supo
hay que cantar con los jóvenes.
Los enamorados cabalgan
por estrechos andadores del parque.
A su lado corren
camiones con bostezos del domingo.
Aquí todo me recuerda el campo.
La luz verde del semáforo,
la palmera real que se esmera en conservar
delgadez y sombra,
el llamado a misa entre los árboles.
En el parque la patineta
al chocar sus ruedas al concreto
emite un ruido de carreta.
Terminada la misa del domingo
concelebran las moscas
que sobrevuelan la mierda de los perros.
Digo que me descuartizo el poema. Con paciencia tomo parte de los rumores, siempre hay cosas sueltas en la casa, el campo, los parques, el cine. Levanto el gancho cargado de restos de sonidos, formas. La madrugada es buena para hacer el trabajo, la tierra humedecida de murmullos propicia el sacrificio. El silencio de la esquina motiva la gracia del serrucho y la garlopa, los asuntos del filo, la curva y el retorno. Escribo con mandil percudido, el mundo es manual, está empolvado. El brillo almibarado de lo que corto relumbra. Yo puedo trabajar a esta hora sin precipitaciones, corto poemas y suspiros. Rearmo la escritura, elaboro el artefacto. Armo lo hechizo que sale de mis manos. A eso me dedico desde la infancia.