23.9 C
Oaxaca City
lunes, septiembre 16, 2024

Pilo, captor de langostas patonas

Reportajes

Me dijo Tamaro que Pilo de por si tiene esa costumbre de agrandarlo todo, para crear la expectativa de asombro entre los demás. Por ejemplo, dice que tiene noventa años, cuando a lo sumo debe tener como setenta, pero es un hombre correoso y hecho a modo rudo. En cierta ocasión, a objeto de celebrar el día de las madres, las tutoras de la escuela en donde Pilo tenía a sus hijos, acordaron celebrar la fecha con un refrigerio; esta dijo yo traigo horchata; la otra, tortas; aquella, empanadas; en fin, así se fueron cubriendo las necesidades para ese día; en tanto Pilo hasta la parte de atrás alzaba la mano para decir con que se apuntaba; el regocijo fue grande cuando de sus labios salió la certeza de su aporte: ensalada de langosta, dijo, y así quedó consignado. El día de la celebración todas llegaron con lo acordado, y estaban dejándolo para lo último, pues la ensalada de langosta debía pasar primero, su delicia no se debe usar para el final. En aquella expectativa de la llegada de Pilo se fueron consumiendo los minutos y después las horas; hasta que se disolvió la esperanza del arribo de Pilo con su ensalada de langosta, las celebrantes echaron mano de sus aportes, mascullando su disgusto por aquella casi tomada de pelo de nuestro personaje. Son memorables esas salidas al mar de Pilo y Tamaro. “Solo vamos por patonas, eh, ni un chacal, pura patona”. Y uno creyendo lo que decían porque lo hacían de tal modo que la duda estaba de más, volverían con la panga hasta la madrina de patona, habría que conseguir un remolque para trasladarlas a las neveras de Martita, quizá. Y lo recurrente era que cualquiera de los dos subiera después del clavado y, azotando el arpón sobre la borda, gritara: “se me peló otra patona”. Por eso, he dicho, eran tantas que seguramente iban a inundar las taras y neveras de Puerto Ángel, que desde entonces sería llamado Puerto Langosta, quizá. Otra ocasión fui en busca de Tamaro y Toño a la casa de Pilo y los encontré bebiendo un agua entre amarilla y colorada. “Es cuachalalá, manito”, me dijo Pilo, “se tienen que acabar un tambo porque ayer se zamparon dos bidones de mezcal, casi cincuenta litros de mezcal se mamaron y si no se toman ese cuñete de cuachalalá se intoxican y se mueren, manito”, dijo Pilo mientras removía con un palo su guiso de corteza de aquel arbusto tan preciado por su efectividad como remedio. Pilo, maestro de lo peyorativo, un día si se pasó de lanceta con una historia fuera de angas y de mangas.  Andaban por una favorita en los bajos de Aceite, pero en nada subían sus bonos langosteros, se movieron un poco del sitio y en el primer clavado Pilo subió y azotó el gancho en la borda clamando el hallazgo de un centenar de langostas. Tamaro se colocó el visor, no sin antes haberlo ensalivado y limpiado, las aletas, tomó su gancho y se echó de espaldas al sitio donde había emergido Pilo. Cuenta mundo que era cierto el dicho de Pilo, pero que se topó con una escena que le heló la sangre: las langostas estaban dando cuenta de un banquete sacrificial, estaba picoteando un ser humano, un ahogado que seguramente, por cuestión de la corriente, fue a parar ahí. Rememora Tamaro que al regreso dieron cuenta del hecho y el mismo Pilo llevó a las autoridades a rescatar los despojos de aquel ahogado. Mundo cuenta que Pilo le contó haber encontrado al infortunado casi hecho salpicón por las langostas. “No friegues, Tamaro”, le dijo, “tuve que levantar a ese ingrato en bolsas de a kilo, porque sólo así fue posible hacerlo”. Cuando Tamaro terminó la historia, me miro fijamente tratando de indagar en mi semblante un atisbo de respuesta ante la disertación de Pilo. No halló nada, para ese tiempo yo andaba enganchando la luna con el arpón de Pilo, portando su gorra y su morral.

Fernando Amaya

- Advertisement -spot_img

Te recomendamos

- Advertisement -spot_img

Últimas noticias