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domingo, diciembre 22, 2024

Policía y Poesía

Reportajes

César Rito Salinas

La vida te da sorpresas, como dijera Willy Colón. Una noche de viernes observaba la obra del maestro Alejandro Santiago expuesta en una de las salas de la Casa de la Cultura Oaxaqueña. El espacio era visitado por jóvenes estudiantes, seguidores de la obra de Santiago, y por policías.

Mi novia terminaba sus quehaceres y venía al morro a mirar el mar. Así todas las tardes, desde el primer día que llegó a Cedros. Un lunes me encontró metido entre la línea de flotación y el chinchorro, una pena yo, ni el mar me quería.

Aquellos elementos del resguardo y la seguridad eran elementos de la Policía Auxiliar Bancaria, Industrial y Comercial (PABIC), que habían llegado por indicación de su profesor de literatura, Marco Antonio Pérez Ángeles, a la presentación de uno de mis libros de poesía.

No llevaba más que mis pantalones cortos llenos de anzuelos y mi aguja de remendar. Saludó mi marinería con la mano junto a su rostro y yo saludé la pañoleta roja de sus cabellos. Conmigo conoció nuestra calle.

Luego de la lectura convenimos en ir a su cuartel general, allá por los rumbos de la colonia Antiguo Aeropuerto. Aunque mis ojos y mis oídos no lo creyeran los policías estaban interesados en escuchar poesía.

Caminamos juntos frente a los aparadores de las tiendas, vimos los electrodomésticos, las salas para el hogar. Conocí su cuarto, su callejón. Vinieron las temperaturas altas, las temperaturas bajas. Yo andaba pegado a ella y a mi aguja de remendar.

En el cuartel ya me esperaban. Era un jueves en que los nuevos amigos de la poesía desmontaban turno y recibían descanso. Me dijeron que utilizaban su descanso para concluir el sistema abierto del Colegio de Bachilleres.

Pero un día me dijo adiós. Me voy, dijo. Gracias, repetía frente a mi cara. Gracias, frente a mis manos que no pudieron retenerla. Gracias, junto a mi cuerpo solo. Se fue. Hasta luego, muchas gracias.

Les soy específico: nunca antes había leído poesía ante un grupo de policías. Y lo que es más: en el interior de una corporación policiaca.

Agarró sus cosas, una bolsa de dormir, sus vestidos, su pañoleta roja, el cepillo para sus cabellos.

Esa combinación de disciplina policial y la voz de un poeta resulta singular. Era un grupo formado por mujeres y hombres que anhelan progreso y superación. Platicamos largo y tendido.

Me dejó la cabeza llena de estufas, televisores, una cama. Un día llegó la dragamina, ella se fue con un oficial de cubierta.

Quedamos en que yo les dedicaría una columna periodística y que ellos realizarían una nota escolar sobre mi visita a la corporación policiaca. Hicimos un ejercicio: que ellos se imaginaran de uniforme, con tolete y pistola, escuchando poesía.

Por algún puerto la podrán ver, tiene los dientes parejos, la cara redonda y la punta de sus pies busca siempre meterse en la arena húmeda, tibia.

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