César Rito Salinas
A veces, el que escribe, hace su vida como dentro de un relato.
M dijo: -ya es familia.
Y sí.
La pequeña gata, M nunca me diji la edad, esa tarde del 1 de mayo se había trepado a la cama como se suben las reinas a la cama, con estruendo.
-¿A las 12?-pregunté.
-12, 15, para no fallar -dijo M.
Por las calles de la ciudad de Oaxaca el calor había enloquecido.
- Es linda -dijo M.
La joven que atendía el café nos alcanzó una caja de cartón para meter a la gatita.
¿Qué problema tienen los empresarios de los café contra los gatos?
-El reglamento -dijo la joven.
Cuando salimos del café el sol estaba perro.
Entramos al Piticó de Independencia. - Sin el gato -dijo la cajera.
La preocupación de M era que con el calor se ahogara la gadita encerrada en la caja. - Yo voy -dijo M.
Me quedé con la gatita.
Los dos miramos con extrañeza la calle que despedía relumbres.
Le entregué a la gatita a M. Mientras cubría el importe de la comida gatuna, M -siempre visionaria-, había pedido Tape y un Cutter para perforar la caja.
Nos despedimos al inicio del Andador Turístico. - Voy para arriba -dijo M.
- Voy para abajo -dije y tragué saliva.
La noche anterior, por el Watts, M había preguntado afligida: ¿para qué sirve leer los libros? - No lo sé -dije-, solo hay que cumplir con lo que piden los profes
Ese día, dos horas antes, me había hecho la misma pregunta mientras corría por las calles para llegar a tiempo a ver a M, “¿para qué sirve leer?”
Dos cuadras adelante abordé la Ruta 20, el San Martín por la secundaria.
Antes de llegar a Periférico la gatita había vencido los amarres, luchaba por sacar de la caja su diminuta cabeza.
Hacía mucho calor.
Me puse de su lado.
Ayudé a salir a la gatita de su caja.
Bajo mi mano el pequeño animal temblaba.
La puse en mi pecho. - Pronto llegaremos a casa -dije.
Bajo el ligero peso de la gatita mi pecho tembló de ansiedad.
¿Y si se fuga?
- Tranquilo -dije para mí -pronto llegaremos.
Vivir en una agencia alejada del centro de la ciudad es un tormento, hacer el viaje de regreso a casa en la hora del calor con una gatita que no soporta el encierro, la muerte,
Ya.
En mi cabeza se anticipaban las imágenes: lo bestia que maneja el camión, las calles agujeradas llenas de remiendos, que te hacen brincar de piso a techo dentro del urbano.
La gatita y sus uñas en mi antebrazo se sumó al cuadro.
Bajé una parada antes.
Pensé en los perros, tuve miedo. - Mira, esta es la colonia, está bonita, ¿verdad? -dije para la gatita y para mis adentros.
Algo de paz nos devuelven las calles conocidas en la hora de la desgracia, el infortunio.
Sin motivo alguno, como en un cuento de hadas, llegó el sosiego a mi corazón.